
Sobre Cultura de clase
Radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920-1946) de Matthew Karush
(Ariel, 2013)
Por Martín Prestia
Matthew B. Karush es profesor de Historia de América Latina en la George Mason University, en Virginia. Cultura de clase. Radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920-1946) es su primer libro editado en español, y continúa una serie de trabajos que tienen a la Argentina como objeto de análisis, enfatizando los problemas de la identidad y la cultura popular y obrera de principios del siglo XX: Workers or Citizens: Democracy and Identity in Rosario, Argentina (1912-1930), de 2002, y The New Cultural History of Peronism: Power and Identity in Mid Twentieth Century Argentina, de 2010, que compiló junto con Oscar Chamosa. El libro de Karush gira en torno a los productos culturales de consumo masivo en el período de entreguerras en Argentina, fundamentalmente películas, tangos, canciones populares y programas radiales. Esa cultura de masas abrevaba en la tradición melodramática de diversas manifestaciones artísticas previas que, al tiempo que promovía el conformismo, el escapismo y las fantasías de ascenso social –expresiones todas de una visión conservadora del mundo–, también ponía en circulación una serie de representaciones maniqueas de la sociedad, polarizaciones irreductibles que enaltecían la dignidad y la solidaridad obreras y populares, mientras denigraban al rico como portador de valores negativos, reproduciendo e intensificando las divisiones de clase. Según el autor, ése fue el “material narrativo en bruto con el cual Juan y Eva Perón construyeron su movimiento de masas” (19). La hipótesis central del trabajo de Karush es que la expansión de la cultura de masas y el consumo durante la primera posguerra no produjo una disminución de la conciencia de la clase trabajadora. Ciertas versiones de la historiografía argentina han admitido, prácticamente como un presupuesto de investigación, que la expansión de valores como el ascenso social y la abundancia material habría llevado necesariamente a una caída de la conciencia de clase y del activismo político obrero. Esas investigaciones enfatizan la integración social generalizada y la expectativa de movilidad social que se habría dado en el período mencionado, dando por resultado una cultura y una política que descartaban el conflicto y aceptaban el orden establecido, limitándose a intentar corregirlo o “humanizarlo”[1]. Sin embargo, como advierte el autor, “estas suposiciones dejan a los investigadores en la lucha por dar cuenta de la reaparición repentina de la clase en la imaginación popular luego del advenimiento del peronismo” (35). Lo que intenta demostrar Karush al analizar los diversos productos culturales de consumo masivo que proliferaron durante los años veinte y treinta es que la clase no desapareció sino que habría sufrido una reconfiguración. Junto con la celebración del ascenso individual y el conformismo, la cultura de masas diseminó una visión clasista y maniquea de la realidad, que arraigaba en la larga tradición del melodrama popular y que homologaba la identidad nacional con los valores de los humildes, rechazando y condenando como moralmente inferiores a los ricos. Como puede observarse, las mercancías culturales que Karush examina están atravesadas por numerosas contradicciones, albergando en su interior potencialidades conservadoras y subversivas. Rastreando la emergencia de estos diversos elementos populistas en el seno de la cultura de masas de los años veinte y treinta, el libro de Karush busca echar luz, tanto sobre algunas de las dinámicas y capacidades políticas del peronismo, como también sobre las contradicciones que lo recorren, heredadas en parte de la tradición melodramática y que no siempre fue capaz de resolver. En el aspecto metodológico, Cultura de clase… puede inscribirse en una serie de trabajos dedicada a explorar las conexiones profundas entre la cultura y el poder, en continuo diálogo con la historia social y el extenso e impreciso campo de los estudios culturales. Habilitada por la tradición gramsciana, la investigación de Karush se centra en el proceso que inevitablemente configura a la cultura en su relación con las restantes dimensiones de la vida social. Desde esta óptica, la cultura no es un simple reflejo de la realidad en la que se inscribe, sino que ambas dimensiones son parte de un proceso dialéctico de mutuo e inextricable condicionamiento. Al poner el foco sobre los problemas del poder, la investigación intenta desandar la senda de una cultura de masas mercantilizada que esparce discursos hegemónicos que son parte fundamental del proceso de subjetivación de sus consumidores. Centrando el análisis en las tensiones y contradicciones de esos productos culturales, y poniendo de manifiesto su carácter esencialmente polisémico, el trabajo de Karush pretende aportar nuevas interpretaciones para la historia política, social y económica del siglo XX argentino. El objeto central de análisis es una serie de productos culturales de consumo masivo: letras y registros fonográficos de tangos y canciones populares, programas de radio y películas. La lectura de Karush analiza dichas producciones artísticas como mercancías sujetas a la lógica de la competencia en el mercado capitalista transnacional. Por ello es que examinará las estrategias a través de las cuales las pequeñas compañías locales intentaban posicionar sus productos por encima de las opciones brindadas por el mayor competidor, Estados Unidos. Ante la imposibilidad de replicar plenamente los avances técnicos extranjeros, las compañías locales buscaron ofrecer opciones en las que los consumidores pudieran identificarse. Presentando productos que combinaban la universalidad técnica, patrón de medida de la modernidad, con la particularidad local, los empresarios argentinos desarrollaron un “modernismo alternativo”, capaz de competir en el mercado con los productos norteamericanos –fundamentalmente, el jazz y las películas de Hollywood, productos culturales con los que Karush establecerá un diálogo constante a lo largo de todo el libro. Aunque no descarta las elaboraciones de los intelectuales y las decisiones del Estado como factores explicativos, el estudio de Karush prioriza ampliamente la dinámica y presiones del mercado transnacional a la hora de definir las tendencias de producción artística. La reapropiación del lenguaje melodramático para el desarrollo de la práctica totalidad de las mercancías de consumo masivo del período es un hecho que debe entenderse como parte de ese proceso mediado por el mercado. En efecto, según el autor, el melodrama fue la particularidad local que, adosada al universalismo técnico, fue capaz de presentar una modernidad cultural alternativa. Pero la tradición del melodrama argentino estaba imbuida de mensajes contradictorios. Basada en una concepción del mundo fatalista, en la que los individuos eran víctimas del destino incapaces de ofrecer ninguna resistencia, el melodrama propagaba una postura conformista ante la realidad social. Incluso cuando esos moldes se trastocaban, presentándose historias de ascenso social, éste era a expensas de la autenticidad de los sujetos, por lo que era condenado. Así, otra de las características fundamentales del lenguaje melodramático era la presentación de un cosmos profundamente maniqueo, donde la pobreza y la humildad eran garantes de la autenticidad, la virtud y los valores morales positivos, y la riqueza era sinónimo de perversión y falsedad. Estas características redundaban en la presentación de una Argentina dividida irreductiblemente en dos sectores jerárquicamente dispuestos, donde los pobres eran considerados los verdaderos representantes de la comunidad argentina y la identidad nacional. De este modo, según Karush, al buscarse una característica local que sirviera como sustento de un modernismo alternativo, se terminó promoviendo una serie de discursos de fuerte contenido clasista, donde la reconciliación y totalización necesarias para la unidad de la nación se volvía imposible. Incluso cuando se dieron intentos de, utilizando una expresión del autor, “sanear y mejorar” la cultura popular elevando su calidad artística, esos intentos chocaron con lo que se veía como una pérdida de lo auténtico. A su vez, al intentar construir conscientemente una cultura masiva capaz de integrar la nación –y aquí Karush presta especial atención al giro rural y folklórico que realizan ciertos productores culturales–, el lenguaje melodramático obturó la posibilidad de elaborar mitos nacionales capaces de armonizar los antagonismos. Esa cultura de masas que se había ido desarrollando durante el período de entreguerras fue apropiada políticamente por el peronismo. El análisis de Karush no busca establecer ningún tipo de causalidad efectiva sino, más bien, señalar ciertas “afinidades electivas” que pueden ayudar a comprender mejor los logros políticos del movimiento y la utilización política que Perón le habría dado a una serie de discursos diseminados por todo el cuerpo social. Los fuertes contenidos populistas de la cultura masiva se adaptaban bien al proyecto político de la “Nueva Argentina”, y Perón se dirigió a los trabajadores con “la lengua popular del melodrama, tal como había sido rediseñada en la radio y el cine de los años treinta” (252). Si las mercancías de la cultura popular masiva habían, en parte, contribuido a modelar la conciencia obrera, la visión profundamente maniquea del peronismo y su concepción del conflicto de clase como un problema moral, junto con su crítica a la improductividad de los ricos y la celebración de la humildad, deben haber generado eco en los oídos de los trabajadores, que se sintieron interpelados por un líder que utilizaba una retórica que era fácil de reconocer. A la par de las características mencionadas, el peronismo heredó también algunas de las contradicciones del melodrama popular argentino; parte del éxito de Perón descansó, según Karush, en su capacidad para resolver esas contradicciones. En efecto, Perón fue capaz de conciliar el binarismo moral del melodrama y, a un tiempo, rechazar su fatalismo, presentando la posibilidad de ascenso social colectivo –ya no individual– como modo de concreción de los deseos de mejorar la calidad de vida sin perder la pertenencia a la clase y la “autenticidad”. Sin embargo, el peronismo no pudo resolver una de las contradicciones heredadas del melodrama. La tensión en que los productos culturales de las décadas del veinte y el treinta navegaban –la búsqueda por integrar la nación y la pulsiones polarizantes de la realidad social– se vio replicada por el nuevo movimiento político, que encontró sus límites al intentar combinar un proyecto armonía social que suspendiera el conflicto de clases y posicionara al Estado como garante de la relación entre el capital y el trabajo –la comunidad organizada–, con la promoción y exacerbación del conflicto como modo de hacer política –la lógica binaria del amigo y el enemigo. De este modo, según Karush, si el peronismo fue incapaz de plasmar la unidad nacional que proyectaba, en parte fue porque su retórica y visión del mundo enraizaba profundamente en las concepciones maniqueas del melodrama popular. La investigación de Karush constituye un aporte muy valioso en numerosos sentidos. Si bien su tema de análisis está basado, en parte y como él mismo reconoce, en algunas intuiciones de Daniel James sobre el peronismo y el lenguaje melodramático[2], Cultura de clase… logra un aporte original, al fundamentar su investigación con un sólido rastreo empírico de los signos del populismo en los productos culturales masivos de la era pre-peronista. En ese sentido, sus desarrollos del diálogo de estas mercancías culturales con el proyecto político de Perón son sumamente provechosos, pero también sus contrapuntos con la producción norteamericana a la hora de competir en el mercado transnacional, donde se destaca la iluminadora comparación entre la hollywoodense It happened one night (Capra, 1934) y la película de Manuel Romero La rubia del camino (1938). De ese modo, la concepción de “modernismo alternativo”, que está en la base de los desarrollos de Karush, puede brindar una cantidad de perspectivas originales para profundizar el estudio de los productos culturales de consumo masivo –la radio, el tango, el cine–, como también su innegable interrelación. Como se ha mencionado, el libro intenta desmontar los presupuestos de ciertas visiones historiográficas que reemplazan la categoría de clase por la de sectores populares urbanos para analizar las configuraciones sociales y simbólicas del período de entreguerras. La visión de una pérdida de la identidad en términos clasistas ya había sido cuestionada desde algunas perspectivas marxistas[3] que, como Karush, subrayaban el hecho de que, junto con una extensión de prácticas reformistas y expectativas de ascenso social en un espacio urbano cada vez más creciente, se habría desarrollado una serie de experiencias específicamente obreras y cuestionadoras del orden establecido. Para estas visiones, los términos populista y sectores populares deben ser reservados a la experiencia peronista, momento en el que las masas trabajadoras fueron integradas a un proyecto político, identificadas con el “pueblo”. La gran apuesta de Karush, sin embargo, consiste en rastrear los signos populistas en la cultura de masas previa. Y es allí que surge la pregunta por la exactitud de la igualación que Karush hace de los trabajadores, el pueblo y los pobres en el melodrama de la década de los veinte y los treinta. El estudio de Karush tiene la virtud de realizar un análisis que no vincula de manera mecanicista la clase obrera a una supuesta necesidad revolucionaria. Por el contrario, hay un esfuerzo por mostrar que las potencialidades subversivas convivían contradictoriamente con las conservadoras, y esto no como un “desvío” de una abstracta conciencia de clase “ideal”, sino como las posibilidades y los límites de una subjetividad popular. Sin adscribir a ninguna corriente en particular, lo que aquí busca ponerse de manifiesto es que, metodológicamente, el libro carece de una definición concreta de dicha categoría, lo que sin dudas constituye un punto débil en la argumentación. En efecto, si por momentos parece que la categoría responde a condiciones objetivas, en razón del lugar de los sujetos en el proceso productivo, por otros parece que la clase hace referencia únicamente a la capacidad de consumo de los mismos. Asimismo, las relaciones entre las dimensiones “objetivas” y el proceso de subjetivación o de constitución identitaria tampoco aparecen desarrolladas o especificadas. Si se acepta la premisa de Karush, por la cual los productos culturales de consumo masivo aportaron a una reconfiguración de la identidad de la clase obrera, la relación entre la determinación objetiva de los trabajadores y el proceso de subjetivación del que los discursos melodramáticos habrían cumplido una función especial merece aclararse. Si bien la gran mayoría de los consumidores del melodrama eran trabajadores, no siempre los productos culturales los interpelaban de ese modo. En otras palabras, ¿la cultura popular masiva de entreguerras interpelaba a los trabajadores como trabajadores? ¿O, por el contrario, como pobres, representantes auténticos del pueblo y la nación? Sin una definición concreta de la categoría “clase”, ni una especificación de los modos en que se produce la subjetivación, Karush homologa esas tres dimensiones a la hora de analizar los productos culturales del período pre-peronista, aún cuando dicha homologación no se verifique en todos los discursos que esos productos ponen en juego. Por eso es que nos gustaría ir, a partir de Karush, más allá de él. Nos parece que la reconfiguración de la “clase” por obra de las mercancías culturales de masas melodramáticas implicó un desplazamiento de la especificidad identitaria obrera por otra popular–pobre. Por eso, si bien es cierto que “desde la visión maniquea del típico melodrama popular argentino hasta los mensajes ostensiblemente peronistas había un pequeño paso” (238), ese “pequeño paso” era, justamente, construir y cerrar definitivamente la identificación pueblo–pobres–trabajadores. Ese giro discursivo y político es, creemos, lo específico del peronismo, relacionado directamente con la forma concreta que asume el populismo en Argentina: como proyecto político industrial y como movimiento respaldado, fundamentalmente, por la clase obrera. [1] Fundamentalmente a partir del trabajo de Gutiérrez y Romero, que el autor cita. Gutiérrez, Leandro y Romero, Luis Alberto, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires, Sudamericana, 1995. [2] James, Daniel, Doña María, historia de mi vida, memoria e identidad política, Buenos Aires, Manantial, 2004. [3] Ver, por ejemplo: Camarero, Hernán, “Consideraciones sobre la historia social de la Argentina urbana en las décadas de 1920 y 1930: clase obrera y sectores populares”, en Nuevo Topo, nº 4, Septiembre-Octubre de 2007. Camarero se centra, fundamentalmente, en el estudio del desarrollo de las formas político-organizativas de los trabajadores.