Desierto y nación. II estados

de Guillermo korn y Matías Farías

(Caterva, 2018)
por Javier Trimboli

¿Cómo decirlo? La alegría que nos trae la escritura y el pensamiento de los compañeros y amigos; quizás siempre sea así, aunque hoy más que nunca. A lo que se suma algo más, en este caso, por quiénes son ellos, uno y otro, de Guillermo Korn y Matías Farías. Quienes son en esta malla más o menos desordenada de afectos, sensibilidades y pensamiento en la que tan gustosamente estamos inscriptos. 

Alegría que es por la inteligencia que ponen en acto, en el papel, y por la voluntad, el tesón. Porque escribir, cuando no hay CONICET mediante, obliga a una cosas y a otra. Al menos conlleva ese riesgo.  

También porque en esta rotación de escrituras que como una bola pasa de amigas y amigos, de compañeras y compañeros, se abre la posibilidad, se permite que los demás tomemos un respiro, descansemos, sabiendo que están ellas o ellos, hasta que repongamos fuerzas.

En el prólogo cita Verónica Stedile Luna a Benjamin que decía que “colocar a Baudelaire junto a Blanqui significa salvarlo”. Para empezar a calibrar lo que significa colocar a Mansilla junto a Martí.

No sé por qué, pero esta vez no se me ocurre que Martí alcance para salvar a Mansilla, ni tampoco al revés. Como si ninguno necesitara, al menos por una vez insisto, de tal cosa. Ellos dos y nosotros, todos jugados…

Pero si no se trata de salvación, lo que sí de inmediato se advierte es que el montaje, porque de eso se trata este libro, ésa es su forma, añade algo nuevo, impensado. La pregunta que también se hace Verónica en el prólogo, qué más, qué de nuevo se puede escribir sobre Mansilla y Martí, el libro la empieza a responder por acá.  

Ver a uno con la sombra del otro encima, hace que ni Martí ni Mansilla sean los mismos. Para que no se nos diga que pecamos de exagerados, por lo pronto mientras dure el rato que leamos el libro y, entonces, cada vez que volvamos a abrirlo que, sospecho, serán muchas porque es de mucha utilidad.

Dije montaje y, más allá de la propuesta de la editorial, de Caterva, que se percibe, es probable que la impresión esta se nos imponga sobre todo a los lectores. Porque ni un ensayo ni otro hacen alardes al respecto.

Como todo montaje, obvio, las piezas con las que se trabaja no son iguales. Y la diferenciaui no sólo está entre Martí y Mansilla. Guillermo Korn es un orfebre, trabaja con la delicadeza del que quiere echar a funcionar un mecanismo de alta complejidad, con guantes, como Rififí. Traza delicadísimas relaciones, a través de por momentos imperceptibles pases de magia. No desactiva bombas ni tampoco las pone, porque escribe fundamentalmente de lo que ama, y eso le otorga a lo que toca mayor encanto aún.

En contrapunto, Matías Farías, arriesgo, persigue el sentido de una escritura y de una vida también. Aunque fenomenalmente atento a las vetas más tenues y contradictorias del texto, lo suyo parece un travelling, no un plano detalle. Va de una punta a la otra, con paso seguro, incluso con la demora necesaria, pero sin cortes. Su proeza es ésa.

Si no se sacan chispas Mansilla y Martí, más o menos. Lo que hace que esta convivencia bajo una misma tapa, bajo un mismo título, inquiete. Y sus escrituras ni siquiera están a 180 grados una de otra, lo que de alguna manera les daría un equilibrio, una forma definida. Mansilla, se sabe, es coloquialidad y en ella hay lugar para el disparate, para la sorpresa. Martí cultiva el artificio, sobrepuja lo que se vuelve imposible imaginar liso. Muchas, muchísimas de sus oraciones trastocan la sintaxis usual. Y aunque no se complace con el lenguaje teórico es riguroso en la imaginación.

A partir de aquí, a partir de la escritura, las distancias son muchas. Imposible imaginarlo a Martí matando paraguayos, ni encadenado iría. Como también es imposible imaginar a Mansilla teniendo vida errante pero no de viajero acomodado, “excursionista del planeta”, sino de exilio en exilio, de conjurado.

Un poco más de lo mucho que los aleja: nada parecido a una búsqueda y una afirmación como la del proyecto Nuestra América hay en Mansilla. Que es porteño, que a lo sumo se deja atrapar una y otra vez -guerra y oro- por Paraguay y sus límites imprecisos y saqueados. Y, claro,  por París… Nuestra América, además y sobre todo, es un sujeto y un proyecto. Y Mansilla sólo de a ratos abre fisuras, quiebra el entre nous.

Sin embargo, ¿sin embargo?, entre un ensayo y otro se dibuja una zona común, entre Mansilla y Martí, que por lo menos yo no había visto antes con tanta nitidez. La prenda de unión, no muy entera, tironeada, es Sarmiento. Quiero decir, se lee en este libro, los cuestionamientos que el caso de Mansilla son a la obra entera, a la persona pero, señala Guillermo Korn, con argumentos de clase que, de alguna manera descalifican al pobre de provincias; en Martí alcanza definición concentrada cuando en Nuestra América descarta la tensión entre civilización y barbarie que sólo es entre falsa erudición y naturaleza. Pero, por supuesto, Una excursión a los indios ranqueles tiene tal vez como uno de sus basamentos fundamentales la crítica a esa idea de civilización y la noción misma de barbarie que etiqueta a gauchos e indios.

.La modernidad, la civilización, y sus males, que no son efectos indeseados sino que están inexorablemente ligados a su despliegue. Cómo sofrenarlos, ponerles coto. Y la pregunta es por los indios, por los paraguayos, por los negros, por Paraguay, por América… No tanto por los obreros, por los pobres sí…

Zona común que Martí atraviesa casi sin recaídas y con amor, romanticismo y/o populismo. Y Mansilla displicente, nunca sin dobleces, incluso episódicamente, como ramalazos que se van y siempre vuelven.

Añadamos que en ambos pensar es también, sino sobre todo, una estética. Y aquí el populista Martí se pone más intrincado que el distinguido Mansilla que luce como un populista.

Ambos también, así se los ve en estos escritos en montaje, no se rinden, no se dejan caer ante sus diagnósticos más terribles. En Mansilla, la sospecha que no hay forma de detener a la forma más cruenta de la civilización que ni siquiera clemencia tenga del vencido. En Martí, en El poema del Niágara, que sólo queda la nostalgia de la hazaña porque la medianía de la época hace de lo que eran glorias, crímenes.

Es así, pero en Mansilla no hay mayores desgarros, la clase lo salva.

Rarísimo, así y todo, que los indios (y el negro) de Mansilla sean más ciertos, tengan más carne y hueso que los de Martí, mientras que Martí los ama y Mansilla sólo de a ratos quiere tenderles la mano, a los indios.

Los indios (y los negros) de Martí parecen inmóviles, quietos, estancados, apenar merodean. Los de Mansilla son otra cosa.

No hace falta que estos escritos hablen del presente, como efectivamente lo hacen en algunas páginas o breves pasajes, para que sean contemporáneos (intempestivos), políticos.

Martí y Mansilla no son los mismos a partir de este montaje. Pero Mansilla y Martí tampoco son lo mismo después de lo que vivimos en Argentina y en América Latina en las últimas décadas. A contrapelo les pasan el cepillo en este libro Guillermo y Matías, de adelante para atrás, con los nervios de hoy más o menos en caja. O de punta.

Definición de historia de las ideas de Beatriz Sarlo. Esto no es historia de las ideas, es otra cosa.

Mansilla y Martí intempestivamente contemporáneos.

Y sin forzar de más encontramos sus compañias.

Verónica Stedile Luna y el momento reaccionario de Martí. Ni qué decir los de Mansilla. Añadamos nuestros momentos reaccionarios, quiero decir, ya no socialistas. O, como Martí, que reivindica de Marx su posición a favor de los pobres pero no su incitación al odio. M

Nuestro momentos reaccionarios, porque nada de lo humano por una vez nos fue ajeno, hace posible que los entendamos.

En este sentido, Martí está mucho más cerca nuestro que de Paco Urondo, porque carece de una meta segura, de un cielo incuestionable, porque quiere evitar en lo posible la sangre…

Porque su movimiento, no obstante, es el de todo revolucionario que no sea de monumento o de manual. Entre la tentación del repliegue y el dar la vida. Le cabe a Urondo, a Walsh y a tantos más.

Como señala GK, enristrado con Hernández y con Bialet Massé, Mansilla. Claro, también con Martí.

Una tradición otra. Todos parecen peronistas.

Muy contento con esto de los amigos, hoy también mañana con lo de las amigas. Lástima que no tenemos Partido.

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Además por todo lo que tiene de empresa colectiva. GK y MF, pero Caterva, también Caburé.