
El grito silencioso
Sobre Carrusel de Enrique Decarli
(Kintsugi Editora-2018)
Por Pablo Puel
Enrique Decarli (Buenos Aires, 1973) es escritor, abogado y músico. Carrusel (Kitsugi Editora, 2018), su último libro publicado, está compuesto por seis cuentos largos que ofrecen, entre otras, las siguientes características: tramas en movimiento, con un ritmo intenso que no desprecia ni relega la complejidad. Un estilo atado al tempo y al fraseo, aplicando intencionadamente dos conceptos más musicales que literarios. Oraciones breves: aceleración, corte, aceleración. Una sintaxis al servicio de una postura estética y del enfoque psíquico de los personajes. Son cuentos anclados, más que en lo cotidiano, en lo íntimo, sin importar en este caso la cantidad de personajes o espacios que intervengan.
La realidad objetiva introduce en estos personajes una imposibilidad, una limitación. Una más, otra gota, y el vaso rebalsa. Realidad que amenaza con desmoronar (o que desmorona) el andamiaje construido durante toda una vida. Hay quienes lo rearmarían construyendo un piso racionalmente sólido, indestructible, donde apoyarlo. Los personajes de Decarli, por el contrario, reaccionan en un desborde fantástico, en el sentido de que tensionan, que interpelan la claridad de lo instituido como existente, en un corrimiento kafkiano, alejándose de las lógicas dominantes, diurnas. Corrimiento que deviene literariamente, no en el abandono del verosímil, lo cual significaría un hundimiento, sino en la ampliación de su espectro. Y es la sensorialidad, y no la razón, la que se abre como resistencia, como antídoto.
Por ejemplo, “Desfragmentar”: una pesadilla postmoderna donde para Guillermo, protagonista y narrador, la totalidad no es posible ni siquiera en un viaje en colectivo. (Piglia en las clases sobre Borges: “El sujeto se maneja como una totalidad, sino cómo hace, no puede ni tomar el colectivo. Si no sabe que el 60 va hacia tal lugar, si no sabe la totalidad y piensa: “No, está todo fragmentado”, qué va a hacer.”) Para Guillermo, desmemoriado cuya característica produce una penosa inadecuación como efecto, las cosas van perdiendo su definición normal, racional, sensata. Las imágenes son “aceitosas” y llegan “desde otra vida”. Catalina, su secretaria, está, a los ojos, “liviana”. Un golpe es usado como herramienta contra la pérdida de memoria: “Para matar moscas, por ejemplo, en vez de insecticida, uso el repasador. Tal vez así emerjan más episodios olvidados”.
Para el personaje de “Sonda”, que, desde su departamento, mientras el edificio se desmorona, se conecta con lo que lo rodea a través de lo que le “comunica” una sonda que asoma desde el inodoro, los mosaicos de su baño no son meros mosaicos, tienen “una entidad de piel”.
Por su parte, el protagonista de “Yo estuve casado con papá”, luego de la muerte de su padre, desestima la verdad establecida por la psiquiatría y se instala en la superstición. Otra vez, incluso en este cuento de corte realista, la subjetividad no acepta o enfrenta racionalmente los golpes de la realidad, sino que, en su necesidad de cobijo emocional, se entrega a las elucubraciones fantásticas derivadas del trato con farsantes reales. Se aferra, al igual que sucede en los otros personajes, desde la sensorialidad y la fe, a absolutos a medida.
¿Es esta la cara actual de lo trágico?
Los personajes de Decarli gritan silenciosamente, desde lo más hondo de sus necesidades, lo que reza el epígrafe de Horacio Quiroga que encabeza uno de los cuentos: “Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea”.