Hechizo del tiempo

Sobre Las Tormentas de Santiago Craig

(Entropía, 2017)
Por Alejandra Zina

 

Llegué a Las tormentas, primer libro de cuentos de Santiago Craig, por Facebook. Las recomendaciones en el muro son casi infinitas y cualquiera tiene voz autorizada para hacerlas, sin importar edad, profesión o procedencia. El muro es como el mar, adentro todos somos iguales. Basta un buen posteo para tomar nota y salir a buscar ese libro, esa película o esa serie que promete gustarnos.

Mi encuentro con Las tormentas no pudo ser más deslumbrante ni más inesperado. 

Me gustan los cuentos que no pretenden ser perfectos. Incluso me gusta que se vean imperfectos. La sensación de no saber bien para dónde va lo que leo, de no saber por qué tiene el final que tiene, de por qué los personajes hacen lo que hacen. Me gusta que me pidan (silenciosamente) más lecturas. Que me atraviesen.

En un momento del largo relato que da título al libro, Miqui, la narradora, dice que las casas del barrio están hechas como de juguete y que el pueblo se ve como la escenografía de un teatro, pero también dice que aunque las construcciones parezcan muy frágiles no se derrumban. Los cuentos de Craig son iguales, parecen frágiles pero no se derrumban.

Me gusta la atmósfera densa, la forma poética de cada frase, la extrañeza de cada situación que me obliga a leer lentamente. Me  gusta que se respire aliento de novela, de poesía, de relato breve, de relato largo, sin esfuerzo ni pretensión. Como si la forma fuera completamente anecdótica. Es completamente anecdótica. Y la libertad total.

La escritura poética tensa la trama, los diálogos, y llega a su punto máximo justamente en “Tormentas”, donde ya no interesa tanto lo que se está contando sino el cómo, donde las imágenes y comparaciones se atiborran y la lengua se vuelve un poco loca, como la madre de Miqui.

Son historias distantes y a la vez vitales, con protagonistas hombres que se sienten agobiados por sus vidas desencantadas, sus trabajos grises, sus hijos reclamando atención; mientras las mujeres en segundo plano, parecen mejor preparadas para dar batalla o, al menos, para creer que algo puede ser diferente.

El fantástico y la ciencia ficción viborean en casi todos los relatos sin asentarse completamente, como si estuvieran ahí para salvar algo que finalmente no salvan.

Invasores venidos de Formosa, ovnis, tormentas feroces, casas tenebrosas, los cuentos de Santiago Craig siempre están al borde de la catástrofe o el apocalipsis, pero pareciera que el absurdo de la vida cotidiana termina neutralizándolos. Ni lo sobrenatural resiste a lo doméstico. En este sentido son cuentos desesperanzados. No esperan un futuro mejor para sus protagonistas. Lo mejor que podría pasarles, pasa de largo. Como una tormenta de verano, cuando de golpe oscurece y se cae el cielo, y a la media hora escampa y otra vez el sol, el calor agobiante, el mismo estado de antes de la lluvia.

Así es el Día de la marmota, un día literalmente rayado que se repite sin parar, una y otra vez. La película, con el siempre desconcertado Bill Murray, es todo un ícono para los que caímos en el mundo adulto en los ´90. Pensándolo mejor quizá sea el gran leitmotiv de Las tormentas, los ocho relatos como variaciones de una misma situación: personajes atrapados en el tiempo preparándose para vivir cuando se rompa el hechizo.