La decisión de publicar en las escrituras del yo

Por Martín Glozman

Texto presentado en Rosario. en el V Coloquio Internacional “Literatura y vida.” 11 de octubre de 2019.

La propuesta de este trabajo es pensar la escritura autobiográfica actual en el marco de algunos campos de tensión explorados desde la lectura y desde la escritura.

Se retoman algunos trabajos previos en los que esta escritura del yo ha sido puesta en relación con la teoría bajtiniana. Por un lado como un diálogo con otro constitutivo de la posibilidad de enunciación y como una forma ontológica de la conformación del yo. El lector real que será destinatario en un campo literario específico, y el lector virtual, esos otros imaginados por el que escribe en el acto de la escritura.

Se tiene en cuenta también la relectura del libro de Alberto Giordano, El giro autobiográfico en la literatura argentina, que impactó anteriormente en estos recorridos y procesos de trabajo.

Pensaremos la escritura en tanto acto. La escritura como acto se diferencia de las tramas clásicas que se construyen por la forma en que es contada una historia, cuyo referente es más distante e incluso ausente respecto de la palabra escrita y su propio volumen.

Los textos del yo que enuncia como acto se emparentan con la tradición de la Confesión. Entendida como acto de entrega a través del verbo. Berdiaiev leía así las Confesiones dostoievskianas, en el marco de la ortodoxia rusa, como entrega de la carne viva de la palabra.

La relación de las confesiones dostoievskianas con la literatura autobiográfica actual establece un lazo con las narrativas en primera persona contemporáneas de la revolución rusa, como el Salvoconducto de Pasternak, o Viaje Sentimental de Shklovski o los relatos de Brodski en Menos que uno, entre muchos otros, pero también con las Confesiones de San Agustín hacia el pasado.

Con esto queremos señalar que lo que se actualiza en ese acto escritural del yo es postautónomo como se lee a partir de Ludmer pero también remite a instancias previas a la autonomía como la hemos conocido.

La literatura autobiográfica pensada de este modo no excluye la posibilidad de la contradicción, como las confesiones del Hombre del Subsuelo enfatizan. Lo que vale es el presente de la enunciación, la validez de decir yo, de enunciar, aunque se vaya contra el mundo, contra uno mismo. El yo como última afirmación de la vida. Antes que la enunciación de una trama lineal y continua.

En este sentido podemos relacionar lo dicho con los enunciados del libro clásico que citaremos en lo que sigue de Alberto Giordano, El giro autobiográfico de la literatura argentina, sobre Pablo Pérez especialmente. Por un lado la idea de la confesión como acto performativo, pero por otro lado la idea de que este acto se basa en una fe y una purificación.

“Pérez fue el único de los invitados a confesarse en público que respondió con auténtico ejercicio espiritual (“Confesiones”), que si a veces se vuelve escandaloso, por desprecio a la cultura o por necesidad de no traicionar el núcleo abyecto de algunas experiencias, siempre se toma en serio como posibilidad de perfeccionamiento y purificación.” P34

De este modo se busca una realización y una transformación en el acto performativo de realización del texto.

Son estas tramas que toman la escritura como acto y se diferencian del relato en formatos convencionales, las que se caracterizan por la exploración y permiten pensar en una instancia dialógica de elaboración de aspectos personales a través de recursos estéticos. Es decir lo estético como una ontología relacional del yo y el otro. En el sentido bajtiniano.

En esta presencia de la contradicción y la búsqueda de una transformación como puede ser un duelo, un camino de aprendizaje, un proceso de enfermedad, una toma de conciencia, una ruptura, un trabajo de elaboración de la memoria, etc., las escrituras autobiográficas de jóvenes escritores se diferencian de las escrituras autobiográficas de personas mayores con algún grado de consagración personal que quieren transmitir un legado, las autobiografías “al final de la vida” que buscan construir o mantener una imagen positiva.

En el primer caso se trata de un yo que enuncia en un campo de tensiones y que por el acto mismo de la enunciación trastoca una y más veces ese campo.

Esto puede ser una tendencia contemporánea pero también puede entenderse como la validación de lo no ficcional en tanto acto performativo, que une la palabra a una forma de verdad y a una búsqueda más allá de la ficción.

En ese sentido, más allá de una tendencia o moda, es una tradición extensa actualizada en el acto del escritor como un acto poderoso que impactará luego en las instituciones de la convención social. Cierto puede ser que el sistema literario ponga los nombres en primer plano o las estrategias de promoción del libro y ese acto quede para ser vivido en la lectura.

“Todo lo que escribí es cierto -cita Giordano a Escari- y no se trata de que no haya mentido (problema moral) sino de que en ningún momento quise hacer literatura a costa de mí mismo”. P. 16

Es interesante este estatuto de verdad señalado que es superador de alguna manera de la diferencia entre ficción y no ficción. Más que en este sentido la ficción también es verdad. Es el compromiso con el texto y la escritura el que se transfiere al lector como otro a la luz del estatuto de verdad.

“Abusamos tanto de la palabra ficción que terminamos reduciendo su sentido al de artificio o artefacto retórico, y así fue como nos olvidamos de la verdad, que es lo que realmente importa cuando se trata de seguir el paso de la vida por las palabras” 17

Con estas citas lo que queremos destacar es la fuerza del acto de escritura que precede a las formas de circulación y que se funda en el estatuto de verdad mentado. Sostenido sobre la premisa de que el escritor autobiográfico es escritor siempre y cuando de con el anzuelo que sostiene la carne de la verdad. Esta búsqueda es incesante. Una búsqueda ética que compromete al autor como persona en el contexto vital y lo pone en el primer plano del escenario como performer y equilibrista.

Una búsqueda casi perversa en su extremo de honestidad que compromete al autor y a sus allegados y personajes. Trata a su vida como trama de una ficción, más real en la trama de la lectura que la trama de cualquier texto. En este sentido el texto autobiográfico se emparenta con la idea bíblica del árbol de la vida, con una idea cabalística que lee los signos de la vida cotidiana como las cifras de un gran libro del que participamos, en el que intervenimos con nuestra palabra y actos.

La escritura como fatum, habla y destino, pone al escritor en el vértice pendular de las dicotomías sin resolver: salud y enfermedad, vida y muerte, ficción y no ficción, yo y otro, femenino y masculino, etc.

La escritura es un tránsito abierto por un presente que como acontecimiento estético tendrá registro y será compartido con el lector, con la comunidad literaria a través de sus mediaciones.

Señala Giordano: “Al Diario de Rama le debo la revelación, que después confirmaron Un año sin amor de Pablo Perez y Dos relatos porteños de Raul Escari, de que esa forma de escritura autobiográfica puede ser la más auténtica de todas, porque presenta la vida como un proceso que está siempre in medias res, que recomienza cada día sin una orientación predeterminada, en diálogo secreto con la posibilidad de morir” 10

Esta comprensión de la vida como proceso abierto en el que se interviene a través de la escritura que es también un proceso abierto y de tradición antigua, preliteraria, conecta al género con la religión: el autobiógrafo hace un salto de fe.

Cuando el escritor autobiográfico se expone y da su carne vital en el texto, esto pesa más para ciertos aspectos que la ceremonia literaria que lo concibe como ficción y trabajo literario y lo hace circular en esa clave.

Desde la perspectiva de la producción la decisión de escribir y abrir un proceso y la decisión de publicar y llevar ese proceso a lo literario requieren una fe y un riesgo tal como señala también Giordano. El riesgo es grande e involucra los compromisos laborales, sociales, personales y cotidianos.

Es cierto que valoramos este riesgo, y este producto literario de la carne viva en el texto, este procedimiento vital del acontecer textual por única y última vez en ese acto escritural que no se repite, pero también es cierto que quienes no llevan adelante esta decisión escritural no hablan del vacío, o asumen una responsabilidad respecto del texto que habilita la escritura pero pueden estar asumiendo una responsabilidad sobre los vínculos y la vida. Como si se tratara de una disyuntiva.

Cierto es que lo publicado puede leerse como ficción y que el autor también juega con eso, como se señala en torno a Daniel Link en el capítulo dedicado a él en el Giro autobiográfico, pero esa relación entre ficción y no ficción es precisamente dialéctica, no se termina de decidir, y es esa libertad de poder ser ficción aquello que complejiza la palabra y la conecta con otra antinomia más antigua entre la idea de la verdad como algo que preexiste a la palabra, y la idea de la verdad como artificio articulado en el discurso y su pragmática. El escritor sabe que en esta antinomia hay un arma de doble filo en el que se desarrolla el poder de la confesión. También su posible futilidad.

Pero respecto de la relación entre la confesión y la publicación aquello que se confiesa y es relacional afecta directamente los vínculos con personas o personajes que no han tomado la misma decisión.

Giordano menciona que Pauls sea quizás el escritor más dotado de su generación pero que le falta en sus textos la tensión sentimental que es “la huella del perseguido encuentro de la literatura con la vida.” 31

Es posible seguir la pregunta sobre ese encuentro. Pero también la desviación de que muchas veces los escritores conservan su intimidad y vida privada con los defectos naturales que pueda tener a través de la literaturización del texto.

No es cuestión de idealizar, pero sí transfigurar una aparente encrucijada de una literatura que piensa que a través del texto y la profundización sin tabiques del imaginario personal se alcanza una transformación de la vida, con el tope de la vida, la familia y la inserción social.

En cuanto a la antinomia salud enfermedad, la literatura del yo parece instalarse ahí mismo para disolverla en una identidad dinámica que supera la antinomia, donde no hay salud sin enfermedad, y la enfermedad expresada literariamente es una forma de salud, que rescata al que la escribe, que rompe tabiques de tabúes y que habilita procesos de curación. Sin negación. Con articulación escritural. Más allá de la cultura como principio de conservación que es lo que mantiene oculto aquello que se padece y no se expresa, esa huella que la escritura del yo busca perseguir.

“Para sortear los peligros de la objetivación narcisista, hay que asumir los riesgos del acto confesional, recrearse a través de la exploración de algo íntimo sin apariencia ni valores definidos, aventurarse en la propia impersonalidad”. 39.

Por qué aventurarse a esta búsqueda sin valores definidos, exploratoria, más allá de la conservación de una imagen positiva.

La hipótesis es que hay una fe en la búsqueda de lo literario que es personal pero que lo trasciende una impersonalidad mucho más allá de lo subjetivo. Podemos tomar el lema contemporáneo: Lo personal es político. La idea de que quien da con el fondo de lo subjetivo da con el fondo de lo colectivo, lo objetualiza, lo comunica. ¿Hasta dónde es posible llegar con esta Fe? ¿Hasta dónde nos permitirá asumir un riesgo?

Pero finalmente para resumir las dos capas de lectura que se superponen como capas geológicas de un criterio en formación sin estabilidad aparente, la literatura del yo que da con la carne viva de la palabra como acto asume un riesgo, pero en qué medida la responsabilidad asumida en el texto se refleja en una responsabilidad social o interpersonal es complejo de defender y abre líneas de lectura que en este contexto yo no estoy en condiciones de explorar. Sí puedo soslayar que esta contradicción parece preexistirnos en las formas de exploración de las vanguardias y las formas que tendieron a preservar lo representacional hacia un lenguaje comprensible por el pueblo.

Para decirlo en palabras más asequibles, los lazos y vínculos son delicados y querer perforarlos con la literatura tiene su riesgo también porque aquello de lo que se hace el imaginario de los individuos en las relaciones es delicado y tiene tabiques sobre los que tal vez se pueda hacer un proyecto literario efectivo con otro tipo de estrategia.

Es decir: ¿Es posible una literatura consistente, que haga mella en el acto presente, con una base fuerte que no necesite del movimiento de la aventura, perderse para encontrarse y de la dinámica permanente de la exploración?

Tal vez responder a esto requiera una idea de presente renovada y una nueva forma de responsabilidad, fortalecida por los lazos, que en la otra dinámica se vulneraban para ponerlos a prueba en su consistencia de realidad. Tal vez hacia un horizonte ahora de una escritura colectiva, dialógica, más allá del yo.