
Manuel Gálvez, una historia del nacionalismo argentino
de Eduardo Toniolli
(Editorial Remanso, 2018)
Por Horacio González
Estamos ante un estudio decisivo, el de Eduardo Toniolli sobre Manuel Gálvez. Pues como dice el subtítulo, es el vía crucis de un hombre y a la vez una historia del nacionalismo argentino. Obedecería pues al modelo de “un hombre y su escenario mayor de ideas”, pero esto lo digo solamente para señalar la recurrente incerteza que caracteriza a las biografías intelectuales, cual es la de la inexistencia clara de una delimitación segura entre lo que pertenece a una autoría que se privilegia sobre otras -en este caso la de Gálvez, no las de Ernesto Palacio o de los hermanos Irazusta-, y lo que se pierde como problemas de semejante calidad ideológica, si fueran tratados otros autores y en otras épocas. La singularidad es siempre la de un hombre, pero la “época” no quiere perder su parte y siempre pugna para que pronunciemos la frase “fue un hombre de su época”. Una biografía consciente de sí misma debe evitarla. El libro de Toniolli permite una primera observación al respecto. Por ejemplo, las páginas enteramente sugestivas dedicadas al pensamiento de Burke, de Bonald y de De Maistre -junto a otros adversarios teóricos de la Revolución francesa-, que son pensamientos que sobrevuelan el problema general del nacionalismo argentino. Una verdadera biografía intelectual, entonces, es la que evoca los nombres que la cruza o la interceptan, y que son envíos que el pasado de una idea, le remite al presente, que tampoco es siempre receptivo. Ninguna vida encaja enteramente en otra, y todas piden su compañía en las voces provenientes de la galería penumbrosa de un pasado sin tiempo. Los nacionalismos trascendentalistas han percibido con temor el mundo histórico trágicamente abierto hacia los tumultos de masas y el efecto era que no solo se debilitaban las jerarquías que provienen del esquema de las monarquías de origen divino, sino que esas revoluciones cargadas de profanaciones, exigían una contrarrevolución. El nacionalismo místico de aquellos caballeros enemigos de la Revolución Francesa podía encarnarla, luego de pasar a limpio sus relaciones con la catolicidad, la salvación por la sangre y el elogio del verdugo. Esto lo propone De Maistre, en Las Veladas de San Petersburgo, aludido por Toniolli en la busca de detalles fundamentales para su tesis. Podía así ingresarse al problema de si los accesos ultramontanos y antiroussonianos de los partidarios de la “ciencia del Señor”, caben solo en una época cuyos contornos siempre quedan para definir, o son linajes abiertos a ecos que solo conoce el futuro. El trabajo de Toniolli abre un gran debate hacia esta perspectiva de las corrientes de ideas, su resonancia diacrónica y la construcción de sus continuadores y predecesores. En el caso del estudio del nacionalismo argentino esto interesa especialmente, pues sus aspectos más tormentosos y milenaristas no siempre han sido contemplados por la bibliografía no tan extensa, pero muy rica que existe. Se sabe de la reacción de Saavedra ante el jacobinismo de Moreno -aquél mismo lo llama así-, y de las lecturas de Rosas que frecuentaba viejos textos ultramontanos y de ciertos clásicos, pues alguna vez había citado a Burke y a De Maistre, y su concepción del absolutismo político no es floración espontánea sino que proviene de textos sobre el Príncipe, escritos por consejeros finamente reaccionarios, entre otros –como lo prueba Arturo Sampay- un remoto teórico de las monarquías del siglo XVIII, Gaspard Réal de Curban. Pero la verdadera cuestión aquí es la del lugar que ocupan Bonald y De Maistre -cuyos últimos exorcismos del Cristo Sangrante pueden encontrarse en Ignacio Anzoátegui-, en los eslabones más reconocibles de nacionalismo en la Argentina, en el del periódico La Nueva República de los hermanos Irazusta y de Ernesto Palacio. La influencia de este diario es notable, es una de las trincheras publicísticas del golpe del 30 y entre sus lectores se encuentra el joven mayor Perón. Toniolli estudia muy bien este periódico, así como la revista Criterio. En esta última escribe el Gálvez más ligado a un cristianismo de revelación, a través de las masas populares que se catequizan sobre el pavimento urbano en las jornadas del Congreso Eucarístico. El problema aquí es el mismo que el de la interpretación de las multitudes por el positivismo, a la luz de la literatura francesa de la naciente psicología social de masas. Gálvez redime al plebeyo que inmerso en la indiferenciación grosera de la plebe urbana, encuentra en ese desdibujamiento de su yo a la experiencia redentora gracias a una religión del sacrificio. Es la sombra aligerada de De Maistre. ¿El nacionalismo republicano jerárquico de los Irazusta es el de los lúmpenes rescatados de la indiferencia religiosa por Gálvez? No lo es. Gálvez agrega la reflexión sobre las conciencias turbias, que los análisis económico-políticos de los Irazusta, siempre algo conspirativos, no contienen. Para Gálvez se hallan en el sentido de los redentores de prostitutas, los señoritos que desean experiencias incendiarias para probar su vesanía nietzscheana o la bohemia anarquizante que vaga sin orientaciones bienhechoras. Se trata de ver entonces, a la luz de la investigación de Toniolli, si aquel nacionalismo francés puede verse en el desvaído eco que encuentra en los escritores nacionalistas argentinos o si éstos lo ponen a circular según las características singulares de un país periférico. El mismo tema nos ocuparía si analizáramos las compatibilidades entre Maurras y Lugones, o más atrás, las de Maurice Barrés con Lucio V. Mansilla, donde apenas insinuado también podría verse el “modo moral” de los orígenes del nacionalismo argentino (donde las categorías de duelo y de dandismo lo van diseñando levemente). Sin embargo, las ventajas que tiene Gálvez para el estudio de la vida intelectual, es su carácter escurridizo como poseedor de una ideología nacionalista católica cuyos bordes son difusos y cuando toca áreas muy consolidadas, por ejemplo, el fascismo o el corporativismo, suele retroceder como si tocara un cable eléctrico pelado. La condición auto atribuida de Gálvez de ser uno de los escritores más leídos del país, junto a Hugo Wast, sin duda influye decisivamente en el modo en que regula sus excedentes ideológicos y luego va puliendo sus excesos. El balance real entre nacionalismo, catolicismo, aristocratismo, tradicionalismo y “revolucionarismo contrarrevolucionario” (revolución inglesa de 1688 sí, revolución francesa de 1879 no), no es un balance quieto y de proporciones asequibles. Los itinerarios cambiantes de Gálvez lo demuestran, y sus novelas decadentistas como sustento de su inmediato trazado regenerativo de almas caídas, siguen como una sombra irregular las peripecias del nacionalismo, sin ningún dogmatismo estacionado para siempre y con un privilegio hacia las vidas más aplastadas. No hay en Gálvez proletarios o si los hay están revestidos por el espíritu de los buscan explicarse su caída y mostrar (o que le muestren) el camino de su salvación. Si no tuviera otras virtudes, el trabajo de Eduardo ya podría ser considerado en la primera fila de la bibliografía sobre el nacionalismo como un integrante de igual derecho con las más consultadas o elogiadas. Por lo pronto, las que él cita, de Devoto o Buchrucker. Pero va más allá al considerar otros problemas, que son los que específicamente revelan las secuencias que emanan del derrotero de Gálvez. Son los el de una vida intelectual que se autocorrige permanentemente, que es prudente a la hora de tomar toda la galería de próceres del rosismo, que no desdeña la visión mitrista en su trilogía sobre la Guerra del Paraguay, y que al discutir con Monseñor Franceschi sobre las propiedades del idioma vulgar o soez, que según el obispo no sería el indicado para el cristiano, demuestra que es la única salida para el que desea escribir novelas sociales comprometidas con las almas errantes. Así siempre Gálvez está a punto de ser el que desea una purificación nacional por medio de una guerra, pero siempre consigue el momento de desequilibrio que crea otra nueva tonalidad tranquilizadora. Es el cristiano verdadero el que conociendo otros lenguajes, debe emplear la forma más ruda de los que hay que salvar. En esto mucho tiene que ver el modo que que se aprecia en tanto escritor de vastos públicos lectores, como lo evidencian sus memorias, que Toniolli cita como fuente privilegiada, así como con la misma pertinencia va dando vida a sus innumerables materiales de trabajo, obtenidos de lecturas de gran alcance y revisión de archivos donde reviven escritos inesperados. Aparece así el Gálvez que se ve en tensión entre el nacionalismo social cristiano y el fascismo -al que, si toca, le provocará luego el deseo de apartamiento como quien se asusta de sus propias tentaciones- y la justicia que le merecen los “desmunidos” -con este vocablo los define Toniolli-, a los que sí toca permanentemente, pero de los que también escapa, si percibe que hacen temblar los cimientos del orden. Gálvez se compara favorablemente en relación con Lugones, lo que lo diferencia del modo en que Borges hará esa misma cotejo, sin desdén ni adulaciones, y con buen tino rechaza fundar un partido político con las ideas que había expresado en el folleto quasi fascista titulado Este pueblo necesita… Es cierto que no es posible detectar fácilmente las razones por las que los trabajos realizados bajo la égida del nacionalismo popular o de izquierda, desde los 60 en adelante, no lo consideraron a Gálvez como materia de interés. Ya no era un novelista leído, y sus intervenciones doctrinarias se estudiaban a través de los Irazusta, de Pepe Rosa o de Scalabrini, cuando no de un Jauretche totalmente alejado del cuño hispanizante de Gálvez, muchas veces comparado con Pérez Galdós, tanto por su interés por las vidas prostibularias como por la revisión interna de las grandes masacres militares. Trafalgar en Galdós, Humaitá en Gálvez. Ahora, con esta gran contribución de Toniolli a la historia del nacionalismo argentino a través de una biografía específica, podemos ver cómo oscilan las creencias o como las creencias son un ser oscilatorio, que no es importante cuánto de pétreo puedan tener en la conciencia, sino cómo buscan permanentemente vivir a través de la incorporación súbita de su contrario o del pasaje a la situación contraria, una vez agotados todos los sedimentos que contenía la primera elección realizada. Esto es propio del sentido de redención que vive dentro de las ideologías, y en el nacionalismo precisamente esto es lo que abunda. Así, un mismo contenido heroico puede admitir semblantes anárquicos, socialistas o jerárquicos como en Lugones, y un mismo contenido de piedad aristocrática puede sobrevivir en el Gálvez hispano aristocrático, en el asimilacionista social y en el misericordioso católico. En ese sentido un valor adicional del libro de Toniolli es que pone a prueba el resto del andamiaje nacionalista, sus lecturas, sus aires golpistas, sus fracasaos políticos, sus derivas hacia la izquierda o hacia el populismo, con lo cual escribe un libro fundamental dónde lo que primero percibimos es cuánto de homogéneo tiene una idea, y cuánto dispone de ella misma para marchar hacia otras infinitas combinatorias posibles.