
Luces y sombras de la composición
Sobre Ya pueden encender las luces de Ariel Urquiza
(Corregidor-2019)
Por Paula Prengler
Una noche cualquiera, Julián baja a comprar cigarrillos y se encuentra en el kiosco a uno de los hombres que suele ver en la oficina de la Secretaría, el lugar donde todos los meses retira un “sueldo”. El hombre lo reconoce, lo saluda. Le suelta algunas referencias. Finalmente, con tono resuelto, le da a entender que necesita un compañero, que van a irse juntos.
“Aguantame que termino el café y ya salimos”, dice.
Julián no sabe cómo reaccionar frente a la propuesta, improvisa. Su buena estrella como actor serio, comprometido, se había apagado. No conseguía papeles en el teatro ni ningún otro trabajo. Un primo le hizo llegar un ofrecimiento: cobrar un sueldo en una Secretaría de funciones dudosas, a cambio de nada, sin ninguna contraprestación. La propuesta le resultó despreciable, pero ya sin opciones, la necesidad había desplazado a la vocación y no tuvo más remedio que aceptar.
¿Qué hacer? Julián no quiere confesar a ese “compañero” de un trabajo que desconoce que es un impostor, un ñoqui, de modo que lo sigue y sube al auto.
Es el inicio de una travesía insólita y oscura, peligrosa, un derrotero donde los límites de la ciudad y los propios se borran y se traspasan. Julián empieza a actuar, improvisa a medida que vive las situaciones. Tiene que sobrevivir y, al igual que todo buen actor embebido en un personaje, no hace otra cosa que duplicar la apuesta. Como si el que estuviese eligiendo, en verdad, no fuese él; como si algo dentro de él tomara cada una de las decisiones, y esas decisiones no fuesen otra cosa que llevarlo hacia adelante.
Una novela dinámica que indaga en la actuación, los diversos y complejos aspectos de la composición teatral —algo que ya adelantaban el título y la tapa—, con diálogos de lenguaje llano y ambientes reconocibles, con una velocidad de road movie y una acción prácticamente cinematográficas: los personajes son actores que se mueven fuera de escena y que, a medida que transcurren los hechos, levantan telones, dejando al lector atrapado en una espiral magnética.
Uno de los puntos más altos se da en la estructura: entre capítulos, como catalizadores disfrazados de notas independientes, se intercalan reflexiones muy breves en las que irrumpe una voz neutra, como la de un apuntador, que explicita sentencias acerca de la actuación. Lo que aparece como transitorio, axiomas con otro registro, va tomando consistencia, y, a contrapelo de lo que se espera de una novela policial, construye un hilván que da a la trama un sentido único. Y es en esta articulación, precisamente, donde se ve la maestría del autor.
En esta obra, como un mar de fondo, pulsa la pregunta sobre cuáles son los límites del artista cuando recorre aquellos puntos oscuros donde la creación y la muerte se cruzan. Con un ritmo atrapante de principio a fin, imposible de soltar, la novela de Ariel Urquiza habla de semblantes, de asesinos que actúan una vida común, de artistas que actúan de asesinos, que una noche quedan atrapados en un escenario sin que nadie diga ya está, la obra terminó, ya pueden encender las luces.