Vértigo de mí
Descolocada, trémula, fuera de eje, Isabel Huayta, una mujer en su cincuentena, despierta una mañana sin saber cómo hacer pie en su propia casa. El mundo se mueve bajo sus pies, todas sus certezas y seguridades se desmoronan. La escuchamos contar(se) su propia vida.
Cuando terminé de leer esta vertiginosa nouvelle en primera persona, que sigue a la protagonista desde que abre los ojos en su departamento de lujo hasta su internación en un hospital público emblemático (el de Clínicas), pensé enseguida en los monólogos y diarios femeninos que integran La mujer rota, de Simone Beauvoir. En especial el que se llama, precisa y sencillamente “Monólogo” y que está construido de manera similar: una sintaxis laxa, coloquial, a borbotones, que incluye la puteada, la (auto) imprecación violenta. También algunas características y objetivos coinciden en ambos relatos. Se trata de personajes autocentrados y narcicistas, que intentan justificar todos sus actos y decisiones y se colocan con naturalidad, cuando les conviene, en el lugar de víctimas atacadas por los demás. Una está intentando levantarse (Isabel), la otra trata en vano de dormir, ninguna puede salir de la cama: saturadas de psicofármacos, piensan en la muerte y en el suicidio. Se sienten atrozmente solas, exhiben una colección parecida de prejuicios de clase, y tienen relaciones conflictivas con sus hijos y con sus madres.
María Rosa Lojo.

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