
Sobre Falta una vida para el verano
de Leandro Gabilondo
(Indomita luz, 2018)
Por María Belén Frate
Falta una vida para el verano es leer a un Gabilondo nuevo, y a su vez el mismo. En sus páginas aparecen coloridos personajes, un grupo de amigos de pueblo, apasionados hinchas de fútbol y de la vida, a los que se van sumando otrxs, y que se desenvuelven en un clima que va desde la alegría y el erotismo, hasta la angustia de la búsqueda; pasando por diversas etapas que, rodeadas de mucha cumbia y folklore de cancha, vienen a dejar en claro que la lealtad y el amor en sus diversas formas aún existen. Es más, están ahí firmes.
El viaje nos remonta a unas vacaciones en la costa, donde nada podría salir mal. Entre juegos de playa, cerveza, asados, más cerveza, música, risas y coqueteo; se va tejiendo el entramado que nos revelará el suceso central y que da nombre al libro. Falta una vida para el verano no es sólo una referencia a lo larga que se hace la espera de la estación favorita de lxs jóvenes, sino que también da cuenta de lo cruda y desgarradora que puede ser la realidad cuando se pierde un amigo. Sobreviene la angustia, la falta de sosiego que genera no saber quién o por qué sería capaz de arrebatarnos nuestros mejores años.
Y contra tanto dolor e injusticia: la organización. El plan que lxs llevará a investigar y descubrir a los culpables, dueños quizás de una parte del mundo al que a veces no podemos acceder, violentos irremediables que algún día quizás den cuenta por lo que hicieron. O no. Pero al menos lo que hicieron ya no será un secreto.
Es fácil sentirse identificadx y transportadx a aquellos veranos que parecían eternos y que siempre fueron totipotenciales. Un lujo transitar estas páginas que terminan constituyendo un camino (aunque a veces sinuoso), con las formas simples y contundentes en que suelen darse los acontecimientos trascendentales.