Y la cama es mi campo de batalla.

Sobre Las Rusas de Flor Monfort.

(Rosa Iceberg. 2018)
Por Matín Glozman

“Si te lastimás los dedos porque se te resbala el cabo cuando estás virando, mejor. Si te caés al agua tratando de enganchar la boya en puerto, tanto mejor, te verá todo el muelle y te aplaudirán como a un héroe”. Pág. 41.

El vértice de la unión entre los géneros de la nueva era es la consustanciación. Interesante como la hija narra al padre. La estupidez del macho no es ajena a la inteligencia de la dama. Lo que se llama tener pelotas. Pelearse por la nada, por la fuerza que viene de abajo y se impone desde ahí, como los perros en el campo. No te metas.

Es cierto que hubo un proceso cognitivo en el desarrollo de los géneros en el que al destapar la visión de la mujer que venía en desarrollo de cuna, que deja al hombre atrasado, siempre adelante en una visión propulsora, tapando sus emociones en la acción, en la distribución de roles y frecuencias de grupo.

Una mujer sabe lo que le pasa a un hombre, porque no hay hombre solo en el hombre, así Flor Monfort o su personaje, describe a su padre y a su hijo que se comporta como un animal en la casa. Un animal espectacular, como un hombre. Pero que Flor o la narradora, o la huella de la voz de la narradora en el papel, y en el relato, es decir, que como mujer deja en el texto un hueco para una mirada y una lectura, una faz que acaricia el ser. Una mujer es atravesada por el hombre como un hombre por una mujer.

“Muy bien señoras, basta de agujero-palito, de al pan, pan y al vino, vino. Empecemos con los grandes rodeos mareadores, las miradas de veinte minutos. Pero ¿qué tal una mancha de menstruo (de menstruo nomás, no de menstruo elevado al rango de vino pascual), un poco de olor a axilas, flatulencias?” –Así dice María Moreno en Panfleto, erótica y feminismo, o Anais Nin, que cita más arriba.

El personaje de Monfort narra primero la infancia, la nada del tiempo más allá del tiempo. La abuela, la madre y ella. Hasta que aparece la sexualidad como forma temprana de descubrimiento, primero entre mujeres y luego con hombres.

Acá me interesan dos preguntas: ¿Qué es el personaje? ¿Cuánto de ficción, cuánto de realidad, y si hay una esfera intermedia en la imaginación como vértice de la unión de ambas? Importa porque el lector de autobiografías imagina al autor, algo de la desnudez del otro que ya desnudó las mediaciones, aunque ficcionalice.

¿Pero ficcionaliza para exhibirse?

Tal vez la literatura, haciendo personajes, permite hacer límites en un mundo imaginativo donde no los hay, que forma parte a su vez de una realidad real donde hay fronteras y diques, represiones que albergan la imaginación pero no la dejan proliferar ni en el acto, ni en la palabra.

Segundo, ¿por qué el libro vuelve siempre a la sexualidad?

Recupera la sexualidad cuando llega a la adolescencia del personaje, borrada en la infancia y en la maternidad del presente de la escritura. ¿Por qué es la apertura de lo femenino lo sexual que la cubierta del libro promete? ¿Por qué es lo sexual la boca que comunica?

¿Es lo sexual lo que divide los géneros y lo que los une como diferencia?

¿O es el género un soporte pronominal que cambia de lengua en los cuerpos? “Yo no puedo masticar un pedazo de mí mismo”. Pág. 45.

“Cuando éramos chicas el papá de mi amiga Gogui me abrochó una camisa a las apuradas porque Celina me vino a buscar media hora antes de lo pactado. Tuve que salir corriendo del hidromasaje, y vestirme casi mojada. El papá de Gogui me dijo de ayudarme y sentí los dedos gruesos rozarme el pecho. Cuando llegó el ascensor, me empujó adentro desde la cintura y apretó el botón de la planta baja sin mirarme. Las manos de los varones son arañas.” Pág. 55.

Las fuentes del libro están en la sexualidad y en la relación desigual de lo femenino y lo masculino. Es un desafío contemporáneo para un libro plantear los núcleos de lo femenino sin centrarse en lo sexual. Las rusas lo intenta en varios momentos pero son los relatos de lo sexual los que levantan e intensifican.

“Me gustaba que me tocara aunque le hubiera pedido que pare. No pude frenarlo…” Pág 57. Se narra la relación de la púber con un adulto. Es interesante la sexualización del abuso, el relato transita por lo no correcto para poder narrar, zonas donde se erigen los tabiques que el escritor/a, derriba o sobre los que desliza por arriba su palabra.

“Después escribí: no soy un cuerpo, mis intestinos no liberan toxinas… Me dormí vestida.” Pág 57. “Yo también tenía una historia. Pero no podía contársela a nadie.” Al giro “vivir para contar” del sobreviviente se arma un tejido diferente del no poder contar, ni lo que se sufrió ni lo que se gozó, en un rincón incorrecto de la playa. De lo que están hechas nuestras mentes, nuestros deseos y entredichos.

Finalmente la autobiografía hace el pase para contar, y la literatura el permiso para ficcionar y hacer trabajos con lo no dicho en el esfera comunal de lo público y lo consagrado.

¿Qué efecto produce narrar un abuso?

¿Qué clase de relación con la elaboración del trauma personal y social si acaso hay alguna?

Este relato con un viejo sabio y suspicaz recuerda la narración de La experiencia sensible de Fogwill con la joven hermosa del ascensor. La literatura femenina en primera persona como el sello Rosa Iceberg propone invierte ese rol en que las voces masculinas pusieron a las Lolitas, y como dice Moreno abren relato a lo indeseable de la construcción de lo femenino para la tradición masculina. Entre medio se abre un debate de la contemporaneidad de voces. ¿Podría la voz de Fogwill existir en los tiempos modernos? ¿Podría haber existido la voz de Borges en los de Fogwill? ¿A qué se le dio voz en la literatura al hacer hablar a las primeras personas, a nuestros personajes? Y qué harían las voces, militantes del género, con la aberración de la proclama del deseo sin represión. ¿El machirulo, debe reprimir su voz, o hacerla sonar al unísono de la femenina, sin represión, para poder curar también sus traumas?

¿Cuáles son los textos que conflictúan la mirada del hombre y su deseo, actualizado en los nuevos discursos consientes y sociales, así como la mujer narra su placer y deseo, incluso del abuso?

A qué precio seguir el abuso de una menor con un relato de sexo duro porno en un encuentro grupal contactado por chat. Interesante cómo se construyen las nuevas voces. Mucho de Fogwill ha migrado a nuevos soportes. Soportes, finalmente, como él también propuso, de la experiencia.

El libro más que el relato de un encuentro sexual es el relato de la búsqueda del amor que es lo que sucede con Ulises, nombre justo para llegar a casa y hacer una familia, allá donde la cama se vuelve campo de batalla –metáfora que se reiteras en el libro- en contra de la conformación de una rutina y un miedo en el que el hombre se vuelve parte de la inacción.

“Cuando las mujeres vemos tan de cerca la miseria de los hombres, sabemos que podemos aguantar ahí, copar la parada de la melancolía y atajar la debilidad haciéndolos sentir menos.” “Esa noche pensé que el amor es la casa del ser y la cama es mi campo de batalla”. Pág. 75

Para el hombre ver a la mujer fuera del topos “presa del hombre” muestra esa dama que se mueve en su sombra sin conocerla, esa figura que no ha sido mostrada. El tinte de uñas después de la acetona en la búsqueda de la distribución y la asimetría. Formas del dar y dar y tirar de los pelos.

«Yo me quedaba en bombacha y remera escribiendo algo en la computadora. Mandaba notas más tarde de lo acordado y no atendía los llamados al celular. Dejé de depilarme. Una taza de Coca estaba bien para la tarde.”

Cómo es la mujer cuando no posa para el hombre. Cómo es esa búsqueda en el tiempo, esa suave briza de brusquedad de las palabras atacando una igualdad del cuerpo que no se define por la sexualidad y la generosidad de géneros, sino por un relato de la existencia. Una totalidad en el cumplir de la palabra respecto del hecho, de lo narrado, que no se define por una diferencia sino por ser y transcurrir.

Acaso hay esa instancia en que se es más allá de la mirada de otro/otra y hay posibilidad de narrar ese momento. Para quién se lo narra.

Me gustan estos tiempos del libro. Libro como el de Mallarmé que consagra las biografías mucho más allá de la blogosfera, como Las sagradas escrituras también de Héctor Libertella, tal vez escritas en la mesa de Varela Varelita donde las conversaciones narradas son la novela de todes, novela a la que entró la mujer con una voz propia y fuerte, singular y colectiva.

Finalmente, un nuevo aspecto que recuerda Musulmanes de Mariano Dorr es el atentado de lavandina contra los hijos, por una madre desesperada, ya no por el vacío de sentido, sino por una realidad que se deshace en fragmentos de vacío y dolor de nada, como una homeless del hogar, una homeless cariñosa que perdió el sentido del origen en la transmisión de las generaciones, una nieta de inmigrantes sin patria, con polentas, vacíos y fideos en un mundo de plata y hormigón.