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LA CRUELDAD DE EROS. KIERKEGAARD, SADE, BATAILLE

Taller virtual de Filosofía
A cargo de Alejandro Boverio y Florencia Abadi

Luego del suceso del taller El secreto de Eros, los filósofos pretenden encarar la cuestión de Eros desde el costado de su crueldad. Abordarán la problemática a partir de las obras capitales de Kierkegaard, Sade y Bataille, para continuar con la meditación sobre el problema del deseo en Occidente.

Sábados 14 y 28 de noviembre / 12 de diciembre
17 a 19 hs.

Informes e inscripción en: tallerescabure@gmail.com

 

 

22 de noviembre

Veladas literarias latinoamericanas

A las 19 hs. Entrada libre y gratuita

El ciclo se inició en marzo de 2018, a través de la idea y de la gestión de Ana Ojeda y de Jimena Néspolo, con el objeto de reunir a escritorxs y especialistas a fin de reflexionar, leer, discutir y/o polemizar sobre problemáticas inherentes al quehacer literario y cultural a partir de la escritura de mujeres argentinas.

En 2019 se proyecta el mismo ideario sobre la escena latinoamericana, intentando superar ya toda normatividad de género. En todo caso se asume a la “tradición” como heterodoxia que es preciso construir y de-construir desde el presente de la enunciación. En este escenario complejo, se privilegian pues los temas acuciantes hoy.

Idea y coordinación: Jimena Néspolo

La decisión de publicar en las escrituras del yo

Por Martín Glozman

Texto presentado en Rosario. en el V Coloquio Internacional “Literatura y vida.” 11 de octubre de 2019.

La propuesta de este trabajo es pensar la escritura autobiográfica actual en el marco de algunos campos de tensión explorados desde la lectura y desde la escritura.

Se retoman algunos trabajos previos en los que esta escritura del yo ha sido puesta en relación con la teoría bajtiniana. Por un lado como un diálogo con otro constitutivo de la posibilidad de enunciación y como una forma ontológica de la conformación del yo. El lector real que será destinatario en un campo literario específico, y el lector virtual, esos otros imaginados por el que escribe en el acto de la escritura.

Se tiene en cuenta también la relectura del libro de Alberto Giordano, El giro autobiográfico en la literatura argentina, que impactó anteriormente en estos recorridos y procesos de trabajo.

Pensaremos la escritura en tanto acto. La escritura como acto se diferencia de las tramas clásicas que se construyen por la forma en que es contada una historia, cuyo referente es más distante e incluso ausente respecto de la palabra escrita y su propio volumen.

Los textos del yo que enuncia como acto se emparentan con la tradición de la Confesión. Entendida como acto de entrega a través del verbo. Berdiaiev leía así las Confesiones dostoievskianas, en el marco de la ortodoxia rusa, como entrega de la carne viva de la palabra.

La relación de las confesiones dostoievskianas con la literatura autobiográfica actual establece un lazo con las narrativas en primera persona contemporáneas de la revolución rusa, como el Salvoconducto de Pasternak, o Viaje Sentimental de Shklovski o los relatos de Brodski en Menos que uno, entre muchos otros, pero también con las Confesiones de San Agustín hacia el pasado.

Con esto queremos señalar que lo que se actualiza en ese acto escritural del yo es postautónomo como se lee a partir de Ludmer pero también remite a instancias previas a la autonomía como la hemos conocido.

La literatura autobiográfica pensada de este modo no excluye la posibilidad de la contradicción, como las confesiones del Hombre del Subsuelo enfatizan. Lo que vale es el presente de la enunciación, la validez de decir yo, de enunciar, aunque se vaya contra el mundo, contra uno mismo. El yo como última afirmación de la vida. Antes que la enunciación de una trama lineal y continua.

En este sentido podemos relacionar lo dicho con los enunciados del libro clásico que citaremos en lo que sigue de Alberto Giordano, El giro autobiográfico de la literatura argentina, sobre Pablo Pérez especialmente. Por un lado la idea de la confesión como acto performativo, pero por otro lado la idea de que este acto se basa en una fe y una purificación.

“Pérez fue el único de los invitados a confesarse en público que respondió con auténtico ejercicio espiritual (“Confesiones”), que si a veces se vuelve escandaloso, por desprecio a la cultura o por necesidad de no traicionar el núcleo abyecto de algunas experiencias, siempre se toma en serio como posibilidad de perfeccionamiento y purificación.” P34

De este modo se busca una realización y una transformación en el acto performativo de realización del texto.

Son estas tramas que toman la escritura como acto y se diferencian del relato en formatos convencionales, las que se caracterizan por la exploración y permiten pensar en una instancia dialógica de elaboración de aspectos personales a través de recursos estéticos. Es decir lo estético como una ontología relacional del yo y el otro. En el sentido bajtiniano.

En esta presencia de la contradicción y la búsqueda de una transformación como puede ser un duelo, un camino de aprendizaje, un proceso de enfermedad, una toma de conciencia, una ruptura, un trabajo de elaboración de la memoria, etc., las escrituras autobiográficas de jóvenes escritores se diferencian de las escrituras autobiográficas de personas mayores con algún grado de consagración personal que quieren transmitir un legado, las autobiografías “al final de la vida” que buscan construir o mantener una imagen positiva.

En el primer caso se trata de un yo que enuncia en un campo de tensiones y que por el acto mismo de la enunciación trastoca una y más veces ese campo.

Esto puede ser una tendencia contemporánea pero también puede entenderse como la validación de lo no ficcional en tanto acto performativo, que une la palabra a una forma de verdad y a una búsqueda más allá de la ficción.

En ese sentido, más allá de una tendencia o moda, es una tradición extensa actualizada en el acto del escritor como un acto poderoso que impactará luego en las instituciones de la convención social. Cierto puede ser que el sistema literario ponga los nombres en primer plano o las estrategias de promoción del libro y ese acto quede para ser vivido en la lectura.

“Todo lo que escribí es cierto -cita Giordano a Escari- y no se trata de que no haya mentido (problema moral) sino de que en ningún momento quise hacer literatura a costa de mí mismo”. P. 16

Es interesante este estatuto de verdad señalado que es superador de alguna manera de la diferencia entre ficción y no ficción. Más que en este sentido la ficción también es verdad. Es el compromiso con el texto y la escritura el que se transfiere al lector como otro a la luz del estatuto de verdad.

“Abusamos tanto de la palabra ficción que terminamos reduciendo su sentido al de artificio o artefacto retórico, y así fue como nos olvidamos de la verdad, que es lo que realmente importa cuando se trata de seguir el paso de la vida por las palabras” 17

Con estas citas lo que queremos destacar es la fuerza del acto de escritura que precede a las formas de circulación y que se funda en el estatuto de verdad mentado. Sostenido sobre la premisa de que el escritor autobiográfico es escritor siempre y cuando de con el anzuelo que sostiene la carne de la verdad. Esta búsqueda es incesante. Una búsqueda ética que compromete al autor como persona en el contexto vital y lo pone en el primer plano del escenario como performer y equilibrista.

Una búsqueda casi perversa en su extremo de honestidad que compromete al autor y a sus allegados y personajes. Trata a su vida como trama de una ficción, más real en la trama de la lectura que la trama de cualquier texto. En este sentido el texto autobiográfico se emparenta con la idea bíblica del árbol de la vida, con una idea cabalística que lee los signos de la vida cotidiana como las cifras de un gran libro del que participamos, en el que intervenimos con nuestra palabra y actos.

La escritura como fatum, habla y destino, pone al escritor en el vértice pendular de las dicotomías sin resolver: salud y enfermedad, vida y muerte, ficción y no ficción, yo y otro, femenino y masculino, etc.

La escritura es un tránsito abierto por un presente que como acontecimiento estético tendrá registro y será compartido con el lector, con la comunidad literaria a través de sus mediaciones.

Señala Giordano: “Al Diario de Rama le debo la revelación, que después confirmaron Un año sin amor de Pablo Perez y Dos relatos porteños de Raul Escari, de que esa forma de escritura autobiográfica puede ser la más auténtica de todas, porque presenta la vida como un proceso que está siempre in medias res, que recomienza cada día sin una orientación predeterminada, en diálogo secreto con la posibilidad de morir” 10

Esta comprensión de la vida como proceso abierto en el que se interviene a través de la escritura que es también un proceso abierto y de tradición antigua, preliteraria, conecta al género con la religión: el autobiógrafo hace un salto de fe.

Cuando el escritor autobiográfico se expone y da su carne vital en el texto, esto pesa más para ciertos aspectos que la ceremonia literaria que lo concibe como ficción y trabajo literario y lo hace circular en esa clave.

Desde la perspectiva de la producción la decisión de escribir y abrir un proceso y la decisión de publicar y llevar ese proceso a lo literario requieren una fe y un riesgo tal como señala también Giordano. El riesgo es grande e involucra los compromisos laborales, sociales, personales y cotidianos.

Es cierto que valoramos este riesgo, y este producto literario de la carne viva en el texto, este procedimiento vital del acontecer textual por única y última vez en ese acto escritural que no se repite, pero también es cierto que quienes no llevan adelante esta decisión escritural no hablan del vacío, o asumen una responsabilidad respecto del texto que habilita la escritura pero pueden estar asumiendo una responsabilidad sobre los vínculos y la vida. Como si se tratara de una disyuntiva.

Cierto es que lo publicado puede leerse como ficción y que el autor también juega con eso, como se señala en torno a Daniel Link en el capítulo dedicado a él en el Giro autobiográfico, pero esa relación entre ficción y no ficción es precisamente dialéctica, no se termina de decidir, y es esa libertad de poder ser ficción aquello que complejiza la palabra y la conecta con otra antinomia más antigua entre la idea de la verdad como algo que preexiste a la palabra, y la idea de la verdad como artificio articulado en el discurso y su pragmática. El escritor sabe que en esta antinomia hay un arma de doble filo en el que se desarrolla el poder de la confesión. También su posible futilidad.

Pero respecto de la relación entre la confesión y la publicación aquello que se confiesa y es relacional afecta directamente los vínculos con personas o personajes que no han tomado la misma decisión.

Giordano menciona que Pauls sea quizás el escritor más dotado de su generación pero que le falta en sus textos la tensión sentimental que es “la huella del perseguido encuentro de la literatura con la vida.” 31

Es posible seguir la pregunta sobre ese encuentro. Pero también la desviación de que muchas veces los escritores conservan su intimidad y vida privada con los defectos naturales que pueda tener a través de la literaturización del texto.

No es cuestión de idealizar, pero sí transfigurar una aparente encrucijada de una literatura que piensa que a través del texto y la profundización sin tabiques del imaginario personal se alcanza una transformación de la vida, con el tope de la vida, la familia y la inserción social.

En cuanto a la antinomia salud enfermedad, la literatura del yo parece instalarse ahí mismo para disolverla en una identidad dinámica que supera la antinomia, donde no hay salud sin enfermedad, y la enfermedad expresada literariamente es una forma de salud, que rescata al que la escribe, que rompe tabiques de tabúes y que habilita procesos de curación. Sin negación. Con articulación escritural. Más allá de la cultura como principio de conservación que es lo que mantiene oculto aquello que se padece y no se expresa, esa huella que la escritura del yo busca perseguir.

“Para sortear los peligros de la objetivación narcisista, hay que asumir los riesgos del acto confesional, recrearse a través de la exploración de algo íntimo sin apariencia ni valores definidos, aventurarse en la propia impersonalidad”. 39.

Por qué aventurarse a esta búsqueda sin valores definidos, exploratoria, más allá de la conservación de una imagen positiva.

La hipótesis es que hay una fe en la búsqueda de lo literario que es personal pero que lo trasciende una impersonalidad mucho más allá de lo subjetivo. Podemos tomar el lema contemporáneo: Lo personal es político. La idea de que quien da con el fondo de lo subjetivo da con el fondo de lo colectivo, lo objetualiza, lo comunica. ¿Hasta dónde es posible llegar con esta Fe? ¿Hasta dónde nos permitirá asumir un riesgo?

Pero finalmente para resumir las dos capas de lectura que se superponen como capas geológicas de un criterio en formación sin estabilidad aparente, la literatura del yo que da con la carne viva de la palabra como acto asume un riesgo, pero en qué medida la responsabilidad asumida en el texto se refleja en una responsabilidad social o interpersonal es complejo de defender y abre líneas de lectura que en este contexto yo no estoy en condiciones de explorar. Sí puedo soslayar que esta contradicción parece preexistirnos en las formas de exploración de las vanguardias y las formas que tendieron a preservar lo representacional hacia un lenguaje comprensible por el pueblo.

Para decirlo en palabras más asequibles, los lazos y vínculos son delicados y querer perforarlos con la literatura tiene su riesgo también porque aquello de lo que se hace el imaginario de los individuos en las relaciones es delicado y tiene tabiques sobre los que tal vez se pueda hacer un proyecto literario efectivo con otro tipo de estrategia.

Es decir: ¿Es posible una literatura consistente, que haga mella en el acto presente, con una base fuerte que no necesite del movimiento de la aventura, perderse para encontrarse y de la dinámica permanente de la exploración?

Tal vez responder a esto requiera una idea de presente renovada y una nueva forma de responsabilidad, fortalecida por los lazos, que en la otra dinámica se vulneraban para ponerlos a prueba en su consistencia de realidad. Tal vez hacia un horizonte ahora de una escritura colectiva, dialógica, más allá del yo.

¿Existe una melancolía de izquierda?

Por Gerardo Oviedo

Hay una frase de El Mito Gaucho de Carlos Astrada (1948) que sólo desde hace unos pocos años acude a mi conciencia lectora, o si se prefiere, a mi práctica letrada, con una intensidad afectiva especial. Es un pasaje referido al 17 de octubre de 1945, y supongo que no disgustaba a Nicolás Casullo: “un día de octubre de la época contemporánea –bajo una plúmbea dictadura castrense-, día luminoso y templado, en que el ánimo de los argentinos se sentía eufórico y con fe renaciente en los destinos nacionales”, “aparecieron en escena, dando animación inusitada a la plaza pública, los hijos de Martín Fierro”. “Venían desde el fondo de la pampa, decididos a reclamar y a tomar lo suyo, la herencia legada por sus mayores”.

Me interesa, antes que la carga reparadora de la última parte de la frase, más bien la idea de que hay un legado donador que nos pertenece previamente, y que tenemos derecho a reclamar, pero en forma de elección, apropiación, intervención, y en fin, decisión. Hay aquí un arduo nudo dialéctico de libertad y destino, contingencia y mandato que no cabe ni siquiera insinuar. Pero tiene que ver, entre otros aspectos con lo que Borges propuso, en términos ya canónicos, es decir, ineludibles, como el tema del escritor argentino y la tradición. No voy a desarrollar este flanco.

Lo que sí quisiera proclamar, desde el comienzo, es que actualmente me represento a Casullo como uno de mis mayores. Aclarando que no se trata de un sentimiento personal, ni mucho menos, por recostarme en un linaje biográfico. No en mi caso. Diría sencillamente que uno de mis mayores, hoy, es un libro: Las cuestiones (2007). Preciada gema filosófica de la tradición argentina. Lo que voy a comunicar aquí será una justificación fragmentaria y unilateral aunque no insincera ni evasiva de mi aserto, sin poder murmurarlo, musitarlo como un salmo laico, contrito y sereno. La historicidad argentina me lo impide. Su presente nos exige palabras fuertes en cuerpos frágiles, como alguna vez dijera Horacio González de Carlos Astrada.

Si se me permitiera, concibo esta intervención de hoy como un desagravio a Casullo. Víctima de una filípica de Juan José Sebreli en su Dios en el laberinto, crítica de las religiones. Devenido inquisidor ilustrado, ungido agnóstico, en un momento Sebreli lanza una diatriba, antes de citar Las cuestiones. Leo la página 460: “El anticapitalismo romántico fue un descubrimiento tardío de los intelectuales académicos argentinos que injertaron ese producto centroeuropeo del siglo XX temprano al neopopulismo latinoamericano del siglo XXI. Un ejemplo de estas bizarras ascendencias lo da el grupo de escritores y profesores de filosofía y ciencias políticas previamente reunidos en las revistas Confines y El ojo mocho –dirigida por Horacio González-, y luego agrupados en Carta Abierta, que realizaba sus reuniones en la Biblioteca Nacional, dirigida por González, para apoyar el ciclo neopopulista liderado por Néstor y Cristina Kirnchner. Su fundador fue Nicolás Casullo, de origen distinto de los demás participantes: pertenecía a una familia de metodistas. Por un tiempo fue él mismo pastor metodista y descubrió en la Biblia las raíces del cristianismo revolucionario, como Bloch y Benjamin lo habían visto desde una lectura mesiánica judía; esos autores incidieron, igualmente, en el movimiento argentino”.

No quiero limitarme a replicar este desdén chocarreramente infamante. Porque en su socarrona invectiva, Sebreli advierte algo fundamental, procedente, en signo inverso, de un frente político-ideológico antagonista, pero susceptible de reconducirse temáticamente en clave afirmativa, virtualmente potenciadora, si seguimos una regla luckacasiana que Jacob Taubes aplicara para Carl Schmitt, y entre nosotros Oscar Massota: arrancarle a la derecha sus tesoros conceptuales. Las cuestiones, comprende cabalmente Sebreli, incide en el surgimiento del kirchnerismo como implicancia teórica de un movimiento argentino revolucionario cuya matriz de secularización occidental es el mesianismo escatológico judeo-cristiano. El kirchnerismo, sindica el viejo ensayista, imagina una apocalíptica profana. Pero lo que en Sebreli es un denuesto comporta un elogio. Dicho una vez más: el que dice que Casullo recupera a Bloch y Benjamin para interpretar el modo de aparición utópico-redencionista del primer kirchnerismo es Sebreli. Dios en el laberinto, panfleto de 700 páginas alegóricamente dirigido en contra del Papa Francisco (a quien evita nombrar todo lo que puede), no olvida lo que corresponde anotar a la cuenta de Casullo: el aura mesiánica del kirchnerismo emergente es obra suya, al menos en lo que concierne al sentido salvífico último –el salto al Reino profano del anticapitalismo igualitarista- que impulsara el neoperonismo centro-izquierdista de Néstor. Y el hecho de que el desvelo de Sebreli en 2017 apunte adversativamente al surgimiento de Néstor adquiere precisamente hoy una singularidad impensada, una fuerza kairológica inusitada que ni Sebreli, ni nosotros, hubiéramos previsto para este nuevo octubre soleado de 2019. ¿Tanto se equivoca el denuncialista reaccionario Sebreli, o el ex contornista sartreano, involuntariamente profetiza un acontecimiento sustantivo y vital que debemos saber captar y recapturar?

Voy a tomar una hebra aparentemente menor de Las cuestiones, porque habilita un espacio de tránsito hacia una de sus vigas maestras: el problema de la guerra civil revolucionaria en tanto experiencia de redención aquende el Cielo asaltado. Ese filamento casi perdido entre las páginas de Las cuestiones, pero filoso como una espina cada vez que asoma, porta el nombre de Sarmiento. Sería como abordar la cuestión del intelectual revolucionario, no sobre el firmamento iluminado de llamas que cubre lo que Enzo Traverso denomina “la era de guerras civiles” del breve siglo XX europeo (en su libro A sangre y fuego), sino sobre el resplandor, más lejano pero no menos intenso, de nuestro destino sudamericano, si se me acepta el tópico borgeano.

Podría sorprender la operación canónica de Casullo frente al Facundo, en tiempos actuales en que, comprensiblemente, Fierro ha vuelto una vez más a ganar la partida, incluso y quizá en primer término, en la cultura áulica de la investigación académica. Pero en Las cuestiones es el Facundo el texto que retorna recurrentemente como un síntoma, la letra cartográfica –ya se ha dicho mucho sobre esto- que traza un espacio de destino. ¿Por qué? Bueno, se debe a que para Casullo, el Facundo es el escrito fundador de la nación revolucionaria, su invariante textual último. Revolución que Sarmiento quería refundar, si acaso fue el Plan de Operaciones la que la funda, como en Las cuestiones parece sugerirse. A tal punto el Facundo funciona en Las cuestiones como una invarianza oblicua de la temporalidad nacional (sin necesidad alguna de autorizarse en Martínez Estrada) que el drama biográfico-político que subyace en la correspondencia Perón-Cooke es leído desde el dispositivo hermenéutico que inaugura el Facundo. Y porque lo que no pierde de vista Casullo, es que las peripecias trágicas de Facundo Quiroga se desenvuelven, hasta el episodio de Barranca Yaco, en cuatro capítulos que llevan el mismo título: “Guerra Social”. Y como subtítulos, sus sucesivos campos de batallas: La Tablada, Oncativo, Chacón, Ciudadela. Hay un estrato narrativo profundo cuya enumeración organiza la serie semántica agonal de Las cuestiones, proyectada (“amplificada”, como se dice en la tradición retórica), desde Sarmiento a la era de las guerras sociales revolucionarias del siglo XX. Secuencia de la guerra civil mundial prefigurada por Sarmiento en el siglo XIX sudamericano. No como abstracta legibilidad ascendente de una espiral de acontecimientos, sino como hermeneuta invertido de la barbarie moderna concretizada. Escenificada como margen y desvío desde esos capítulos del Facundo.

Casullo describe lo que considera un periplo cumplido. Manifiesta que para “Sarmiento y su Facundo, en el corazón del siglo XIX, la revolución era una figura durmiente en sus bárbaros caudillos, que explicaba en su sonoridad acallada o profetizada el movimiento escénico político consecuente entre los pasados y los futuros, entre memorias y errancias, sueños y realidades, extravíos y destinos de cada situación nacional y de sus actores dominantes y dominados”. Casullo valora a esta “revolución primera” como el “plexo amparador de las otras revoluciones posibles con que la nación se completaría en el itinerario de una extensa ruta que unió los diferentes ‘pueblos’ de una crónica: el de mayo, el del caudillaje, el del anarquista del principio de siglo, el del Parque radical, el del extraviado en la década infame, el del peronista, el de la liberación; un viaje tumultuoso, fallido, pero de inmensos contenidos democráticos, y que ahora devino historiográficamente parte de la tradición moderna desde hace al menos casi tres décadas” .

Junto a leer el siglo XX occidental desde sus confines facúndicos, Casullo declara que es con Sarmiento que “se tiene la primera escritura política de orden fundacional sobre la Argentina en que la experiencia de la revolución para el autor devino ‘enigma’, ‘revolución desfigurada’, revolución que canibalmente se habría comido a sí misma conjuntamente con una <>”. Como sucede con Sarmiento, refiere Casullo, otro “antecedente significativo como estudio de la revolución frustrada que adquirió relevancia en la historia argentina, en este caso en el siglo XX, fueron los muchos trabajos del político, ensayista y teórico peronista John William Cooke” .

Bien, en Las cuestiones es Casullo quien asume el lugar enunciativo posrevolucionario de Sarmiento y Cooke. Es como creo que podría interpretarse un pasaje crucial de Las cuestiones que viene en seguida, y es cuando Casullo aclara que “el análisis de Cooke sobre la experiencia del populismo peronista encontró su principal sustento explicativo en la idea de la revolución cancelada, pero que en su claudicación abrió la posibilidad de un análisis teórico crítico de la historia en cuanto al papel posterior de los actores sociales, a la comprensión de los intereses en pugna, a las causas de las muchas violencias políticas que atravesaron luego la crónica argentina”, ya que tanto “en la visión examinadora de Sarmiento como en la de Cooke, separadas por más de un siglo de distancia, se destaca el soporte reflexivo de la figura de la revolución revocada”.

¿No sería éste acaso el soporte reflexivo fundamental de Las cuestiones, que en pleno ascenso del kircnherismo se interroga por la “revolución revocada”, cuyo linaje argentino recogería el propio Casullo desde Sarmiento y Cooke? Si es que estas palabras dirigidas a Sarmiento –pero no menos congruentes con Cooke- son las que Casullo dirige alusivamente a la experiencia kirchnerista: “el sueño de un progreso que deje atrás la desolada y deshabitada pampa de la revolución inconclusa, la ambición de politizar su vida en extremo”.

Ya promediando, no olvidemos que Sarmiento es el poeta político que devela antropológicamente la revolución como un estado de guerra social prolongada (que en las largas marchas del siglo XX se sustituya la sangre equina por la carrocería de acero no hace más que confirmar esa distracción predictiva). La enumeración que recojo a continuación de la voz de Casullo no surge de una plegaria, precisamente. Resta del eco metálico de viejas arengas y desde luego voces de mando, que sin embargo nuestro ensayista nunca baja de su cruz invertida, ni mucho menos, expía vía contexto, a cargo de un relativismo neutralizador de temporalidades conjuradas. Casullo recuerda que “el acontecimiento revolucionario leninista se consideró parte de una extensa guerra inevitable que recién comenzaba”, y que “llevó la estrategia y la táctica política hacia nuevos y tensos manuales bélicos sobre largas marchas de combatientes rurales, sobre insurrecciones armadas y confrontaciones contra los capitalismos ‘fascistas y no fascistas’: sobre futuras pero muy próximas guerras inevitables”. Se trataba de “referencias duras, insertas en tiempos excepcionales”, encarnadas por un “partido revolucionario proto-Estado dictatorial”, en tanto “vanguardia férrea, cabeza de un ejército de masas, espacio reducido de cuadros portadores de la máxima e indiscutible conciencia y del sacrificio que podría proveer la cultura moderna: el militante convencido”. Desde este cuadrante marxista-leninista se produjo, dice Casullo, “la idea de revolución que imperó en las montañas chinas, en las selvas vietnamitas, en los desiertos árabes, y también terminó imperando en aquellas experiencias de las sierras centroamericanas”, pues la “revolución verdadera debía asumir la respuesta de la violencia de un capitalismo mundializado en perpetuo estado bélico y en sociedades masificadas, historias donde ambos bandos no reparaban en medios, formas, muertes y crueldades para alcanzar los objetivos”. Y entonces, una consideración nada melancólica: paradójicamente, en “los años sesenta y setenta, las variables maoístas, las gramscianas críticas, las juveniles y universitarias protestarias, las guerrillas guevaristas, las insurreccionales, las cristianas armadas y las nacionalistas de liberación llevaron a la práctica el encuadre leninista como diseño organizativo de fondo, difiriendo en ciertas metodologías”.

Como oímos, Casullo repone todos los nombres del espacio de experiencia abismado al futuro de una juventud entregándose, prodigándose, ofrendándose en ablución a la tromba devorante del tiempo-eje liberacionista, que succiona toda brizna biográfica, temblorosamente carnal, en el torbellino axial del sentido de la historia cristológicamente inculturado, terrenalmente trascendente, ya sin ningún trasmundo a la vista que no sea la promisión anticipatoria de los cuerpos combatientes, gloriosamente dispensada –gloria entre pares- de tener que responder por los medios disponibles.

Sobre este trasfondo bélico-político, se comprende el modo en que Casullo se acompaña de Raymond Williams –pero podría ser otro envío- para admitir, sin tono penitente ni confidente, pero sí con recapacitación reflexiva y prescindiendo de virajes perifrásticos, la necesidad de ver, dice, “la revolución en su tragedia moderna”, esto es, no ya “sólo sus radicaciones fundadas en fraternidad y justicia, sino la contratrama de sus legitimidades”, cuando sobreviene el “peligro de perder de vista la delgada línea divisoria donde ella deja se ser emancipación y deviene su contracara”: asistir a “un mundo signado permanentemente por la confrontación y la sangre”; aceptar “las muertes y las cuotas de crueldad que exigía la cada vez más acentuada guerra de clases”.

Frases como éstas, sin expiación y menos autocomplacencia, proliferan en el texto, algunas verbalizan paños enrojecidos y otras costras coaguladas. Otro ejemplo, más cercano a Sangre y Fuego. De la guerra civil europea, de Enzo Traverso (digo yo, infringiendo la convocatoria bibliográfica de hoy, pero no tanto). Ahora beneficiándose de Massimo Cacciari –porque Casullo no emplea citas de autoridad, sino de solidaridad testimonial-, reconoce que “había nacido el siglo de la catástrofe europea, y la guerra saturó el pensar las políticas enfrentadas interna y externamente”.

En un momento de Las cuestiones se nos revela una de sus claves determinantes: “La hondura de lo extraviado en el horizonte no tiene nada que ver con una melancolía o revalorización de una revolución, que quedó en sí misma como dato inapelable” (122). Si no me equivoco demasiado, esta frase define también una cifra decisiva del kirchnerismo. Pero no soy yo el más indicado para proseguir ese hilo de sentido. Solamente me resguardaría de no olvidar que con aquella predicación, Casullo participa de esta estructura de experiencia expectante que refiere Enzo Traverso en Melancolía de izquierda: “La melancolía de izquierda no significa necesariamente una nostalgia por el socialismo real y otras formas arrasadas de estalinismo. Más que un régimen o una ideología, el objeto perdido puede ser la lucha por la emancipación como una experiencia histórica que merece recordarse y tenerse en cuenta a pesar de su frágil, precaria y efímera duración. Desde este punto de vista, la melancolía significa memoria y conciencia de las potencialidades del pasado: una fidelidad a las promesas emancipatorias de la revolución, no a sus consecuencias”.

Para ir terminando. Hay una tema folklórico que quiero evocar aquí. Es el Escondido de la Alabanza, cuya letra pertenece a Carlos Carabajal. Tomo ahora una estrofa (que me resuena deleitosamente en la versión del dúo Coplanacu). Es completamente cristiano-americana. Dicen sus austeros versos: “Polvaderal, sigo tu luz/ quiero llegar hasta tu cruz”. No es ésta la forma de religiosidad popular que Casullo vendría a plantear en una celebración incauta, expurgada de su historia de violencias soteriológicas. Pero jamás clausura el horizonte del fulgor mesiánico que se abre en el polvaderal todavía no del todo asentado que dejaran nuestras seculares guerras sociales, si se considera nada más, contrafácticamente cierto, el año 2008. Fecha que no pudo ser tematizada ya en Las cuestiones, si la llanura de las hierbas prodigiosas hubiera finalmente invadido la ciudad, cubriéndola hasta el ahogo final con sus napas expuestas de resentimiento y represalia (contrafigura corporativo-empresarial de la insurrección agraria con que soñara Astrada en su reversión maoísta de El Mito Gaucho, 1964). No sería ésta la percepción exacta de Casullo, quizá. Pero me basta con tomar nota de una observación de Horacio González en su libro Kirchnerismo: una controversia cultural, a saber, que si Casullo era “un inventor clásico; disconforme con sus invenciones”, el extraño colectivo Carta Abierta mantiene su espíritu “operante en el recuerdo”.

A mí, mero lector anarcoindivualista pero acuciado por el drama democrático-popular de la Nación (que creo también entraña el problema teológico-político fundamental),  no me corresponde decir más al respecto. No obstante, no me sería impedido señalar que ese inventor inconformista es alguien que en Las cuestiones profiere lo grave, y lo gravísimo. Revolución, guerra, Dios. Las cuestiones es de esos libros aureolares por el cual toda aproximación hermenéutica tiene algo de ingreso profanador, y su tentativa de explicarlo, de tabú lingüísticamente estremecedor. Y ningún comentario exegético estaría a la par de la coloquialidad cultual, oralmente pastoral de Las cuestiones, que no fuera descifrando el resto escatológico que relampaguea en su modo ensayístico de declinar el idioma argentino, ese mito elocutivo de la nación dicente que también consagra su politeísmo comunicológico, el emblema polifónico de una responsabilidad pública.

Para concluir, una estrofa más de aquel escondido de la alabanza. “Ya se escucha en lontananzas el gemido de un violín/ con sus notas va llamando al promesante a cumplir”.

Yo no soy quien para reclamarle a Las cuestiones –es decir, ya no podría confiarme sin más a una lectura fideísta de este ensayo catedralicio- que en los gemidos violinísticos de su retórica nacionalista libertaria, si puedo decirlo así, se cumpla la buena nueva de su alabanza promesante, laica y cotidianizada, acósmica, terrenal, humana demasiado humana. Necesidad inaudita de honrar la existencia, es una de esas oraciones profanas. Cuidar el antiguo lenguaje sagrado con que el hombre le puso sentido, imaginación y capacidad de escucha a la zarza ardiente, es otra. Ello se lee en la última página de Las cuestiones. Creo poder transmitir sin fingido misticismo pero con suficiente veracidad que esos enunciados emiten la luz mesiánica que algunos de nuestros mayores (lo constato una última vez aquí, esos mayores que son ciertos textos argentinos) dejaron centelleando en el polvaderal. Que todavía no se asienta. Muchas gracias.

 

En cuatro patas el mundo

(muta, cruje y galopa).

Sobre Las cuatro patas del amor de Jimena Néspolo (Texto leído en la presentación del libro en Caburé libros el 21 de septiembre de 2019)

(Caterva – 2019)
Por Mercedes Araujo

En Las cuatro patas del amor, se cuenta con regocijo. Quiero decir, hay una escritura erecta que se regodea en el lenguaje, goza y acierta. El libro, en sus doce cuentos, arma una experiencia de lectura densa y destilada. En el camino de la mejor ficción narrativa, no hay señas obvias de la escritora, no hay neurosis de autor, hay sí un artefacto literario que opera en y desde el lenguaje, con belleza y precisión, erotismo y lucidez.

Con tono, ritmo, mirada y oído personal Néspolo hace hablar a sus personajes que no son “les humanes” y sus vicisitudes. La autora hace hablar (y crujir), a los días, al paso del tiempo, a los pájaros, a los atardeceres, al paisaje, a la violencia, a las mujeres, a los animales, a los hombres,a la ciudad, al amor, al desencuentro y al destino, en el mismo plano de centralidad e interrelación. Hablan de sí, de su materialidad, de su drama y goce pero siempre en relación. Por eso el libro es sorprendente y a quien lee le da sensación de que oye por primera vez algo. Digo la sensación porque en el libro se teje además una larga conversación con otras escritoras igual de irreverentes, risueñas y eróticas, Ocampo, Gallardo, Marosa Di Giorgio.

El amor por el lenguaje y el paisaje es sorprendente,también lo es la atención minuciosa y  perpleja ante la mutación de la vida, el movimiento y el desborde: en estos cuentos, los cuis se vuelven parientes, los jardines se llenan de cráteres, los pájaros cuentan la historia, las mujeres aman caballos o los engendran, cobijan huevos y peces en sus vaginas o cerca, acarician sus verrugas como fiordos.

Todo se deforma y  es un poco siniestro porque el universo Néspolo está en mutación, es inestable como la materia, misterioso como la emoción, migrante e intrincado en otro elemento. La realidad, en estos cuentos, trabaja doble turno, como dice Flannery O’ connor, se expande y desestabiliza, rebalsa.

En las historias hay risa, sorpresa y dolor, geografías diversas, climas, agobio, decadencia, animales domésticos, misterios,ocultamiento y terror a la muerte, pudor, represión y desbocamiento, casi siempre dicho en el borde, sin revelación ni pedagogía.Además cada una de ellas traealgo de veneno, no mortífero, sí perturbador y malicioso como una picadura de avispa.

No voy a hablar de las historias, están ahí, las van a leer.

Pero sí quiero decir algo sobre mi experiencia de lectura. Mis subrayados. Las notas que tomé:

-Formas del paisaje, sus elementos y relación: Una escritura transespecie, política y anti narcisista. El paisaje, la geografía y las especies no humanas, no son escenario sino protagonistas o coprotagonistas. La mutación tiene su propia voz.

“El día en que Juan dejó de ser Juan las aguas del río hicieron crujir con temible fiereza las viejas maderas de los botes amarrados en las orillas. Y el cielo, el mismo que midiera día y noche su esperanza, se cubrió de negros nubarrones que pronto descargaron su desidia sobre el delta.”

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“El valle se extasiaba en miríada de senderos arbolados con álamos de todas las clases existentes que en otoño ofrecían el espectáculo de su caducidad en ocres y dorados de belleza pasmosa.”

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“Aspirar un poco más de ese aire, sentir el rumor de las aguas cuando acarician el barro y anegan los bordes de un cauce que es voluble, que crece y decrece con los días y las noches, que se lleva la esperanza y trae a cambio ramas secas, pájaros muertos y un puñado de sombras.”

-Amor:   El amor y el desamor en los cuentos (como en la vida) excede a los protagonistas humanos, paisaje y animales. No se lo nombra, a pesar de llevarlo en el título, la palabra amor aparece apenas unas tres veces en el libro, y dos en relación al amor por los animales. Pensé en Kristeva cuando dice que hay que admitir también que, por muy vivificante que sea, el amor siempre nos quema. Hablar de él, aunque sea después, no es posible más que a partir de esa quemadura.

“Me dijo que para ella el amor tenía cuatro patas. Cuatro patas y la belleza de un caballo. Eso dijo y luego calló.”

“…amor por un jabalí feroz de nombre Igname.”

“No busca respuestas porque se sabe, el amor es a la vez, el enigma y el anhelo.”

-Personajes: los personajes no se hacen ilusiones sobre sí mismos, son sus gracias y sus desgracias,enfrentan la vida, están siempre en relación a algo, aún cuando sea misterio, pérdida, violencia o la nada. Habitan tanto el aburrimiento como la excitación, tierra conocida como extraña. No son sabios ni serenos, aman la sed y la fiebre, las búsquedas inquietas y los errores. (Cita propia de Ladie Fu Hao generala china, que alguna vez leí y copié a mi cuaderno).

Néspolo arma personajes en unas pocas líneas con maestría y precisión:

“Con su cara de badulaque, sus ojos claros muy abiertos y su jeta de sorpresa. Se sacó su gorra de obrero portuario y la apretó fuerte entre sus manos como si fuera una gallina a la que le rompería en breve el cuello”.

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“Era un enero rabioso como solía serlo en los treinta cuando teníamos pocos años en la sangre y nos quedába­mos hasta tarde en las orillas barrosas del río, asistiendo a largas sesiones involucradas en el consumo de cigarrillos y de infelices planes sobre lo que sería nuestra vida”.

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“Abrasada por el sol inevitable de la estepa junto a un hombre de sombrero aventurero y bigotes tupidos que se derramaban hacia la comisura de los labios como un helecho vigoroso”.

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“Tanto él como Teodoro eran hombres que copiaban la brisa y el aroma de las novelas de Salgari, eran hombres que insistían en hacer de sus vidas un tapiz de triunfos y combates privados en los que la naturaleza era sólo el paño donde dibujaban el perfil de su sombra”.

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“..tenía extraños ribetes; algo así como un salvajismo mudo no resuelto, como si su rostro y su cuerpo infligieran en cada movimiento una violencia inaudita sobre sus propias carnes para sofrenar una energía bárbara, quizá de otros tiempos, y en ese tironeo entre la violencia de la carne que impulsaba a la acción y la necesidad de un reposo ante el inminente agotamiento, en ese tironeo —digo— su rostro se escindiera en gestos contradictorios, infinitamente irreconciliables.”

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“La noche era una escuela de sombras. Un manto perlado de estrellas que nos abrigaba indiferente mientras caminábamos por las calles adoquinadas hacia las afueras del pueblo. El cuerpo pesado de Inés Heredia imponía el ritmo detenido de la marcha: el paso corto, la respiración algo agitada. Al instante, quizá alguna crepitación interior le hizo emitir un quejido ahogado y detener el paso. Se tomó de mi brazo y continuamos la marcha.”

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“Nací en febrero, en una noche de luna llena. No tengo demasiadas preferencias, me gustan las lilas y los caminos solitarios en otoño. Antes de casarme adoraba acompañar a mi padre a la hacienda, montar a mi yegua y contemplar sin esmero el girar monótono del molino herrumbrado que está tras el solar. ¿Cómo decirlo? Nunca tuve grandes ambiciones. Un marido, hijos, una casa. Tres cosas que he aprendido a olvidar antes de tenerlas.”

Concepto y definición. Las cuatro patas del amor nos trae logradas y precisas imágenes sobre conceptos tan inasibles como el destino, espeluznantes como la destrucción de la naturaleza y esquivos como la experiencia de la vida en la ciudad. Me detengo y subrayo, tomo nota, me deslumbra la precisión con que lo hace.

-Destrucción de la naturaleza: en un tiempo en el que el capitalismo avanza y destroza con saña y velocidad y muchas veces nos deja sin palabras, la autora construye otra vez una imagen perfecta sobre el desastre.

“…la ciudad enviciada en capitales ingleses fue devorándose al monte como una perra hambrienta que lamiera con ardor a sus hijos recién paridos hasta que con lujuria o impericia terminara tragándoselos.”

“Luego de casi veinte años de traba­jo violento a través del cual las industrias devastaron el viejo monte de quebrachales hasta hacer de esa lujuria de la naturaleza, una tierra yerma, irreconocible, una pampa importada, oxidada y decadente como un desierto de cenizas; luego —digo— de esa condena, se fueron tan prontamente como habían llegado sin haberle robado al monte ni uno de sus secretos.”

-La ciudad

“A Simona se le ocurre que esta noche, esta ciudad, ellas y todas las personas que la transitan queriendo y creyendo llegar a algún lado, viven y mueren dentro de una heladera, tontamente atrapados sin saberlo. Sólo anhelando una mejor posición dentro de la incomodidad del espacio. Deseando pasar de la rigidez vertical de la puerta a la horizontalidad de algún estante, lidiando por un lugar entre los vegetales, los huevos o la carne, buscando a los pares, con quienes compartir el frío. Se  figura al fin a los lácteos, como un delgado cartón de leche descremada.”

Por último, sin definición que cierre o restrinja, en varios de los cuentos se enfoca sobre la violencia contra las mujeres haciendo especial hincapié en sus variantes y diversas formas de la complicidad.

Les invito a leer estos cuentos y a brindar por Jimena: brillan.

18 de octubre

Bienvenido Bob

A las 19 hs. La entrada es libre y gratuita.

“Bienvenido Bob” es un ciclo donde los autores invitados leen textos propios y conversan sobre la construcción de las historias, su relación con la escritura y su forma de trabajo.

Este viernes vienen a leer: Jimena Néspolo, Martín Sancia Kawamichi, Ana Caldeiro y María Ferreyra.

Coordinan: Mauricio Koch y Pablo Delgado.

Orbitando la gauchesca – O formas de una melancolía infantil.

Por Vanesa Guerra

En octubre 2013, a propósito de una investigación en la que andaba Gabriela Cabezón Cámara y que posiblemente derivase en su China Iron, algunxs amigxs recibimos de su parte una serie de preguntas que invitaban a reflexionar sobre el tema de la gauchesca. Las preguntas francamente me convocaron y así surgió este texto -que de aquel entonces traigo, para compartir algunos años después con ustedes.

En mi vida la literatura gauchesca está ligada a la infancia. Fue una enredadera que trepó todas las estancias de lectura en el colegio tornándolo

aburrido y siestero. Pero un día conocí el campo, me llevaron mis padres, viajamos una jornada entera por una ruta angosta y solitaria. Estoy hablando de 1970, tal vez 1972; era el camino al suroeste de Buenos Aires, pueblos pequeños: Salliqueló, Ingeniero Thompson, las afueras de Tres Lomas. Allá vivían desperdigados mis bisabuelos y más de veinte primos de diversas edades; también “vivían” las vacas, las comadrejas, las vizcachas, las liebres y las perdices que se cazaban a escopetazos durante la noche. De los peludos buscaban siempre las cuevas, con los faros altos abiertos al campo; campo traviesa, bajo el primer rocío. Entonces reconocí palabras leídas: tranqueras, alambrados, postes, luz de luna, viento, niebla y también lluvia, yo vi llover, y creo que esa lluvia vista por primera vez en un espacio tan oferente como es la pampa dejó una marca indeleble.

Entonces la gauchesca tomó otro lugar. Yo volví y fui buscando y desencontrándome con esa lluvia, en cada libro, en cada verso, fui buscando y a veces reencontrando ese paisaje que me hizo experimentar, posiblemente, una primera forma de la melancolía infantil –que no es muy diferente a la melancolía de lxs adultx, ni siquiera diferente a la melancolía con la que carga, irreparable, la lengua. Debo aclarar que jamás me interesaron los gauchos de la literatura, pero sí y mucho aquellos que conocí viajando, -puesteros, baquianos, troperos, peones- gente chúcara, pícara, gente de la tierra que por olfato nomás sabe del tiempo o del humor de los animales  (-esto último que podría entenderse como un lugar común, estaría tan vaciado de sentido como comprimidas están las voces que lo habitan, saberes populares que construyen una y alguna representación a fuerza de desborde o resto); para el caso, el gaucho Fierro ha quedado como el gaucho universal, un gaucho más gaucho que cualquier gaucho que otea horizonte, quiero decir que Fierro es para muchos la mismísima gauchedad y eso, en un punto, es ridículamente adorable (-porque toda adoración en alguna de las vueltas exige ridiculizar su objeto, -ya sabemos que el sujeto que adora es ridículamente adorable por el brillo del objeto refractándole.)

Pero son los paisajes, su enumeración, su descripción, su metáfora, su canto; es el trastabillar de la lengua cuando se cuenta una forma de la inmensidad del desierto, de la noche, del pájaro que sobrevuela el maizal, del árbol solo bajo el rumor final de una guitarra, son -todas- sus infinitas imágenes lo que siempre me interpela y me convoca cuando vuelvo a la gauchesca.

La búsqueda de ese paisaje en la invención de las diversas voces –esa búsqueda que se precipita porque el paisaje real por el que fui afectada desvaneció para siempre su agalma no bien quise traducirlo a la materia que compone el lenguaje y, aún, cuando quise leerlo en esas otras voces, me reencuentra (y me ha reencontrado) en el intento de construir el fallidísimo recuerdo de una emoción tan desajustada a su objeto perdido, como aquel que boqueando añora y anhela reencontrar a su país en la voz quebrada de otrx exiliadx.

Todo esto me obligó al folklore, y del folklore a su música; en las zambas, por ejemplo, el paisaje envuelto en alguna pena -penas fundadas en la nostalgia- o evocaciones en el orden celebratorio por la construcción de un amor o un destino, revela o evidencia emociones en donde la mujer existe -no así en la gauchesca donde la mujer pareciera estar fuera de juego.

La mujer en esa música produce un nuevo paisaje, el hombre en esa trama también produce un paisaje que lo implica para producir finalmente un hombre que se diferencia del gaucho literario, al tiempo que se diferencia del hombre que cuenta el tango, al tiempo que se diferencia del cuchillero de los arrabales de las milongas -por ejemplo- de las borgeanas (ver Para las seis cuerdas).

También me ha dejado una impronta fortísima el trabajo de Ezequiel Martínez Estrada, la poética de su obra en esos ensayos tremendos y dramáticos, muestran al hombre dolido de tal modo por el país que habitaba, que bien supo decir –fuera y dentro de obra- que de ese dolor estaba enfermo.

Pero Martínez Estrada no fue en mí sin antes Borges, y Borges no fue en mí sin antes José Hernández, y J. Hernández no fue en mí sin antes los cancioneros populares, los trabalenguas, las zambas, y todo esto no fue en mí sin antes la lluvia en el campo de la infancia.

Un día llegó a casa un libro enorme, apenas lo podíamos levantar. Mi padre fue encuadernador toda su vida. De sus talleres, gran parte de los volúmenes de Enciclopedias, Diccionarios, Historias, Atlas, Biblias… que circularon en el país, vendiéndose al timbreo en las casas de barrio, vieron su realización. Para este libro en particular, sumó el asociarse como editor, entonces fue que apareció una edición limitada del Martín Fierro, con tapas de madera vitrificada, el lomo en cuero oscuro con letras doradas, ilustrado con acuarelas de Ditaranto, versión polilingüe (español, inglés, francés e italiano) y en la tapa el retrato de Martin Fierro.

Para esa época -1974- otro libro enorme salió del taller y enfrentó posiciones de exhibición en los anaqueles de la biblioteca de nuestra familia; se trataba del primer volumen de las obras completas de J. L. Borges, editado por Emecé, encuadernado en verde inglés, también con letras doradas, presentado en una caja de cartón que lo contenía. De Borges nadie hablaba claro, o al menos yo nada claro entendía, pero del MF sí y en las reuniones familiares siempre había una guitarra, y entre zamba y Jazz, alguien montaba una pierna en algún banquito y recitaba el MF en italiano, como si payara:

Incomincio qui a cantare/

pizzicando la mandola…

 

la idea de “pizzicando” (la traducción de ese verso es de Folco Testena) los hacía celebrar de lo lindo.

Creo que de alguna manera la gente se fue apropiando de los versos de José Hernández para “restituírselos” a Martín Fierro, y en esa operatoria compleja al tiempo que espontanea, la reformulación ocurría.

Eso es, a mi entender, lo popular.

En mayo de 2001 necesité comenzar escribir para dejar de dibujar los mapas de un caserío que se me hacía pequeñísimo. Entonces, toda superficie que se me cruzaba ganaba una suerte de garabato como si fuera un caracol en cuyo centro se adivinara un ombligo que bien podía semejar una plaza. En siete años de trabajo apareció el texto de una novela. En el comienzo hubo una suerte de diálogo entre Borges y Martínez Estrada, finalmente ellos abrieron la historia con dos epígrafes que robé como amparo. El resto se diseminó, se pulverizó. Los afanes de un comienzo tienen por destino la disolución; la escritura es un animal salvaje, no resiste planes, la lengua íntima siempre traduce de otra forma. Yo acepto esa convulsión, no me es posible domarla. Pero allí está, más que en otros trabajos, la marca de lo que en mí podría haber sido la gauchesca. La novela tuvo dos nombres, el primero fue El mapa de las cinco esquinas. A la hora de publicarla (once años después) consideré más cercano a su nombre secreto –ése que en su potencia ignoro- este otro: Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo.

Y así fue.

Notas sin numerar

La gauchedad:

“el gaucho es una confusión que desfigura la notoria verdad.”  J.L. Borges: La poesía gauchesca. Pág 179. O.C. Emecé, 1974

“el gaucho es un objeto ideal, prototípico. De ahí un dilema: si la figura que el autor nos propone se ajusta con rigor a ese prototipo, la juzgamos trillada y convencional; si difiere, nos sentimos burlados y defraudados. (…) Fierro es el más individual, el que menos responde a una tradición. El arte, siempre opta por lo individual, lo concreto; el arte no es platónico.”   J.L. Borges: La poesía gauchesca. Pág 180. O.C. Emecé, 1974

El arte no es platónico, más los efectos-afectos que produce, tal vez sí, por ejemplo se podría decir que la mayoría de los argentinos sabe qué diablos es el Martín Fierro, al tiempo que la mayoría no sabe qué diablos es diablos. Entonces se está a mano: MF también es la sombra que se proyecta en la caverna.

El trastabillar de la lengua:

“un diablo se cayó al fuego/ otro diablo lo sacó/ y otro diablo le decía/ ¿cómo diablo se cayó? Cancionero tradicional argentino H.J. Becco. Pág 207. Edicial S.A. 1994 (Hachette, 1960)

¿Quién es este que se arrima/trayendo su rancho encima?

(el caracol)

Cancionero tradicional argentino –adivinanza- H.J. Becco. Pág 295. Edicial S.A. 1994 (Hachette, 1960)

 

En el trastabillar de la lengua sucede la experiencia del lenguaje. En los versos populares, en las payadas camperas, en los dichos y refranes, habita “lo otro” lo que podría quedar al margen. Lo marginal/ lo no familiar encarnado en la lengua se deja oir y gana terreno cuando entra en su lúdica y se zafa de la pereza funcional del idioma.

Zambas y paisajes:

En los ojos de las llamas/ se mira solita la luna del sal/y están los remolinos/en los arenales dele bailar/Ramito de albahaca/niña Yolanda ¿dónde estará?

(Gustavo Leguizamón- Manuel J. Castilla. Zamba de Lozano)

 

Entre las sendas del monte/Trapito de nube oscura/ Desflecándose en el aire/ Va la sombra de la viuda/ La dibuja el refusilo/ le moja el pelo la lluvia.

(Gustavo Leguizamón- Miguel Ángel Pérez. Zamba de la viuda)

 

En su lomo de distancias/No cabalgaba ni un pájaro/Era un fantasma ese viento/Un alma en pena penando.

(Roberto Yacomuzzi- Juan Falú. Confesiones del viento)

 

Cuando se abandona el pago /Y se empieza la repechar/Tira el caballo adelante/y el alma tira pa´ tras.

(Atahualpa Yupanqui. La añera)

 

Albornoz pasa silbando/ una milonga entrerriana/ bajo el ala del chambergo/ sus ojos ven la mañana.

(J.L. Borges- José Basso. Milonga de Albornoz)

 

Ezequiel Martínez Estrada

“Hay en la Argentina un viento, un huracán que corre hacia el Atlántico, que descuaja los árboles de la llanura y derriba las casas de los agricultores. Lo que tiene raíz es arrancado de cuajo; lo que está superpuesto y aplanado sobre el suelo, permanece. No hay árboles corpulentos; el ombú es una enorme planta que da sombra maléfica, y prosperan los arbustos achaparrados. El hombre debe tenderse de bruces para no ser derribado…”

Febrero 1960, discurso en la cena de celebración del XVIII aniversario de Cuadernos Americanos. México.

 

“Se diría que el viento es el cuerpo sensible de  la soledad…”

  1. Martínez Estrada, Radiografía de la pampa. 1933 Editorial Losada, 2001

 

Pizzicando la mandola

José Hernández: Martín Fierro en traducción de Folco Testena Pág 261. Ediciones Libra, 1970

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Libros publicados>> Walser, el traductor del limbo –un ensayo Editorial Bajo La Luna 2017 Cómo sopla el Serpentino cuando no canta el gallo (novela ) Editorial Bajo La luna, 2012;  La sombra del animal (relatos) Bajo La luna, 2008 – Primer Premio Fondo Nacional de las Artes; Metáforas del lunar conyugal (relatos) Editorial Nueva Generación, 2000.

En preparación: La Lengua del desierto. Notas- Editorial Buena Vista, Córdoba, 2019